martes, 30 de diciembre de 2008

Sobre fines de año.

Llevo casi una semana en casa de Mamá en el Valle del Cauca, tierra caliente que contrasta gravemente con el frio capitalino al que ya me he acostumbrado.
Llegar a mi casa siempre lo he comparado como volver a mi raíz, hurgar en mis entrañas… desenvainar el alma. No somos una familia pudiente, nos criamos al sol en una casa humilde pero milagrosamente fecunda; en ella se daban de manera generosa las orquídeas y los geranios en las materas de mi abuela; mi abuela, indígena gorda y sonriente que lanzaba novenas a todos los santos presentes y futuros para que el entendimiento se me abriera en los momentos más necesarios; madre, abuela, cocinera, esposa, mujer sobre todas las cosas, fiel a su Dios y a su Julio, un negro bravo y fuerte quien nunca habría de quejarse de dolencia alguna hasta algo pasados los ochenta años. Piedra a piedra alzaron los muros, cubrieron con cal las paredes, montaron la cocina donde mejor quedaba el fogón y se dedicaron a disfrutar los privilegios de ser pobres, durmiendo con la conciencia tranquila bajo un techo propio y honrado donde nunca faltó un plato de comida para el recién llegado.
No sé si es el espíritu de ellos que habita los rincones de la casa, pero la fecundidad de la tierra nunca menguó y la madre naturaleza parece haberse enraizado junto a mis propias raíces, pariendo de manera incontenible en la misma casa, con los mismos muros pintados de cal mientras los geranios vibran junto a las orquídeas y al árbol de coca; donde los aguacates torcidos parecen reverenciar al sol vencidos por el peso de su propio fruto. A cada segundo me saca del letargo la caída fuerte de un mango maduro, pero antes que yo pueda llegar a él una gallina seguida de una línea de pollitos picotean el fruto con más curiosidad que apetito. Patos, perros, gatos, gallos de pelea amansados por la costumbre; todos parecen haber escapado de su condición de lucha natural para caer rendidos a los pies de la armonía fecunda que invade la casa. Gallos han calentado huevos; perras han amamantado gatitos huérfanos, manzanos han dado frutos aun cuando en este territorio ni siquiera pueden echar hojas según las leyes del agro.
Quisiera decir que todas las cosas son lindas, pero también hay que partirse el lomo para sostener la casa; también hay sueños que no se alcanzan a cocinar porque los billetes no son suficientes; también hay discusiones, malos entendidos, peleas de niños y de adultos; pero esas no son las cosas que mis abuelos me enseñaron a compartir y por eso no vengo a traerlas aquí.
Aquí he compartido historias, he compartido viajes. Aquí les pido consejo y trato de brindar palabras que vayan un poco más allá de la cotidianidad. Aquí conté como Mariano se pegó un tiro en una biblioteca, como mi pueblo se me fue haciendo pequeño y doloroso, como decidí volar lejos, como me he sostenido en vuelo. Aquí les hablé de amigos y de amores y como a veces los confundo. Aquí les escribí canciones y poemas y cuentos de niñas que contaban cuentos. Aquí les hablé de Oz.
Ahora creo que quizás un poco de la fecundidad de mi casa va circulando en mi sangre, recubriendo mi piel como la cal viva de mis paredes de barro. Mis letras son mi fruto, mis dibujos son mi sombra… es lo mejor que tengo y lo único que dispongo para ofrecerles por su visita. Ahora entiendo que yo solo soy una sucursal de ese territorio encantado por el espíritu fecundo de una tierra que late como un enorme corazón, cubierto de geranios y helechos; yo tampoco pude aislarme de esa manía ancestral de parir incesantemente al calor de las emociones y mientras hayan emociones en mi pecho para compartir tendremos que contar con muchos, muchos años que pasarán.
Gracias por haber llegado a mi vida este año, gracias por estar aquí… gracias por quedarse un ratito mas.

martes, 23 de diciembre de 2008

Sobre viajes...

La verdad es que a ella ya le dolían los pies de estar caminando.
Hubiese querido mandarlo todo al demonio y deshacer ese estúpido viaje programado a las volandas. No había lugar al cual llegar; por estas épocas todo estaba repleto de turistas y visitantes y ahora ella era una de tantos. Esperó un momento mientras él entraba por enésima vez a preguntar si había alguna habitación disponible, ya sabían la respuesta. Ella quisiera saber que fuerza lo impulsaba a ser tan optimista; lo miraba tan complaciente y a veces emocionado con la idea de aquel viaje que deseaba contagiarse de aquella seguridad, pero era imposible. No había tenido el ataque de rebeldía necesario y oportuno para decidir que su vida estaba bien de la manera en que era, sin viajes repentinos, sin cambios de vida que vienen siempre con los cambios de ciudad.
Estar embarazada había sido la cerradura que aprisionó sus ambiciones. Un hijo es la mayor de las amarras, pero ¡Por Dios! No quería decir que no quisiera tener a su bebé, si era el mayor de sus anhelos… es solo que, ¡si las circunstancias hubiesen sido diferentes!… en una palabra: fáciles.
Él volvió con la tristeza mal disimulada en la cara, de verdad había gastado las ultimas dosis de esperanza al preguntar por esa habitación. Fue entonces cuando ella pensó que si él soportaba estoicamente ese viaje tan largo era por estar plagado de una abnegada forma de amor; ella comprendió que verdaderamente él quería estar a su lado, él no amaba el viaje o la idea de cambiar de ciudad, él simplemente la amaba a ella y ella lo adoraba a él.
¿Por qué ellos? Esa pregunta se la hacen todos aquellos que sufren; nadie cree ser merecedor de las adversidades que se le presentan y ella tenía la certeza que no merecía estar a la deriva, sin lugar de llegada y con aquel pedacito de vida que renacuajeaba plácido en la inmensidad de su abdomen.
Finalmente y después de mucho andar, él encontró un lugar. No era precisamente lo que ella tenía en mente, la decoración invadía todo con una pobreza sincera, pero en la pobreza el poco abrigo del cual se disponga, alcanza para cobijar el corazón.
Algunas horas después ella entendió la razón de todo ese largo viaje, de tantos sinsabores y tantos apremios. Miró a su lado al pequeño que acababa de parir y por el cual habría caminado el mundo entero de ser preciso. Él lo tomó en sus brazos, lo miró con un amor infinito de padre nuevo. Ahora estaban completos… ahora eran una familia.
Fue entonces cuando, según algunos curiosos, un coro de ángeles se dejó escuchar sobre la humilde morada y cantaban alegres el cumplimiento de profecías, tan antiguas como el amor mismo. Yo no me encontraba ahí… no puedo dar fe de ello.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Sobre idiomas, signos y mensajes.

Pueda que tengas la fuerza de voluntad para recorrer el mundo entero… que tengas los medios económicos y, si estas en los días amables, pueda que tengas las fuerzas necesarias, pero una vez cumplidos estos requerimientos ¿Cómo sabes cuando una sonrisa, una mirada amable un gesto cariñoso significan algo más de lo que evidencian?
No se lo pregunto a mi Amigo Andrés por supuesto que ambos resultamos igual de bestias para interpretar los avances del contendiente, pero de verdad me gustaría saber en qué momento puedes bajar tus defensas, izar tus banderas de paz y declararte felizmente vencido.
Caminaba por el norte de una ciudad enorme cuando sencillamente me lo encontré a él. Nuestra historia común no fue más que alguien a quien alguna vez conocí, que me gustó desde el primer momento y con quien nunca tuve una relación cercana mas allá de lo laboral; aun así las frases sugerentes cargadas de erotismo se nos mesclaban con la charla común y un día simplemente no trabajamos juntos nunca más.
Ahora estaba igual de agradable, de ameno y de sugerente, con el agregado de que no estábamos bajo la presión del trabajo, éramos libres, al norte de una ciudad enorme. Lo acompañé a realizar sus diligencias y me acompañó a realizar las mías. Un almuerzo, muchas rizas y demasiadas infidencias después, nos despedimos quedando para luego algo que, para que negar, me hacía mucha ilusión.
Llegó tarde… una hora. ¿Acaso todo mi prontuario amoroso no me han enseñado que si llega tarde debe eliminarse de las “posibilidades”? aun así pasamos una tarde genial, de esas donde la conversación atascada de mucho tiempo por fin sale a flote y donde las ganas de decir ciertas cosas no se cohíben. Volvimos a quedar, esta vez para un plan más ameno, iríamos de fiesta y de copas. Aun estoy esperando su llamada.
¿Qué hace que las personas se pierdan de repente y no aparezcan? ¡Obvio no le llamaré yo! Ya esta bueno de ser el ansioso del cuento, pero aun así quisiera poder interpretar aquellos símbolos que me resultan tan extraños e imposibles de digerir.
Yo solía decir lo que pensaba. Si me gustabas ya está, te lo decía, igual no estaba pidiéndote nada. Si me caías mal simplemente pasaba de ti. Pero, ¿es necesario comenzar a implementar un lenguaje sin palabras para encajar en las situaciones? ¿Es preferible callar sentimientos, fingir sonrisas, ajustar las emociones a los momentos en vez de que sean los momentos los que nos generen las emociones?
Yo no sé de esto, yo soy una maraña de preguntas que tendrían mil respuestas de acuerdo al cristiano que se digne a hacerlo… aun así repunto que las ilusiones suelen ser bonitas, es feo cuando mueren, pero vale la pena sentir esa emoción de una llamada y ese placer de una buena conversación.
Ahora me quedo aquí apestando a mi nuevo perfume Diesel, con mis zapatos baratos y sin ánimos de nada… igual, es peligroso liberar las ilusiones en las ciudades donde el idioma nunca se comparte.
Fe de erratas. Acababa de postear esto cuando una llamada llegó a mi celular.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Sobre... canciones? poemas? Ay! yo no se que es esto, solo se me ocurrio a las 4 de la mañana.

Ya vengo, dijo Jonás un día
A la esposa muy digna y cariñosa
Que no supo como cambió la cosa
Y a los días de Jonás nada sabía

Yo muy tonta, le dijo a una vecina
Esperando con nueva lencería
Y resulta que de él no volvería
La comida se enfriaba en la cocina

Y pasaron los meses y los años
Enemigo de todos los amores
Es el tiempo con todo y sus dolores
El que causa sangrar y algunos daños

Y un buen día quizás algo borracho
Don Jonás tocó el timbre de la puerta
Su mujer quedó con la boca abierta
Contemplando tamaño mamarracho

De rodillas juró por un Dios nuevo
Inventando historias de ballenas
Y la tonta mujer que era muy buena
El cuentito completo se creyó

Nunca nadie del cuento la sacó
Todo iluso se deleita en sus mentiras
Yo no creo siquiera lo que respiras
El idiota de este cuento no soy yo

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Sobre el confuso arte de interpretar silencios

Incluyendo a todos con quienes tengo contacto cercano, la gente puede afirmar que las palabras me sobran. Converso con la señora de la fila en el mercado, converso con mi mejor amigo durante horas por teléfono, converso con mi señora Madre infinidades, escribo mis post, envío correos y finalmente repunto con mensajes de texto.
Soy alguien que habla, de mil formas y a muchas personas, todas ellas muy cercanas de alguna manera. Dada esta cualidad – defecto, es uno de mis mayores inconvenientes interpretar los silencios ajenos. El silencio muchas veces dice más que las palabras, y en esa medida, me confunde.
¿Hay alguno de nosotros que no haya esperado una palabra precisa en el momento adecuado? No lo creo, siempre esperamos, esperamos y esperamos, pero cuando el silencio llega, lo congestiona todo y nos enreda. El problema es aprender el confuso arte de entender silencios, ya que no todos son iguales, no todos pesan de la misma manera… y no todos son malvados.
Mis largos cuentos cotidianos serán reemplazados por cuatro diminutos, pero cada uno traerá una historia antes y después…. Es solo en breve espacio de tiempo el que te voy a narrar… un breve espacio de silencios.
Ana miraba fijamente a todos los chicos de la fiesta, todos querían bailar con ella pero nadie la invitaba. Ella, por su parte, solo tenía ojos para Pablo, el nunca siquiera la miró.
Trece días…. ¿y esperaba que no estuviera furiosa? ¡Pero es que Alberto de verdad era un caradura! ¡No podía pretender que ella estuviera simplemente feliz de verlo sin recibir a cambio ninguna explicación!!!
Mariana y Cesar se sentaron a las puertas de su casa, miraban a los niños felices en sus bicicletas y divertirse en grande. Esas épocas hacía mucho, mucho habían pasado. Él le tomó la anciana de la mano y ella lo miró agradecida. Los ojos dijeron todo; los labios nunca se abrieron.
Me la dieron ayer como regalo de navidad y hoy, al pasar frente a la casa de los ancianos Gómez volé por los aires y me raspé las rodillas. No podía dejar de llorar y mis amiguitos preocupados me rodearon… algunos minutos después llegó Mamá y sin decirme nada me dio un abrazo… parecía que todo estaba mejor.
Cuatro tipos de silencios. Cuatro palabras esperadas pero que resultaron innecesarias; los silencios hablan por sí mismos… los silencios llenan los espacios en blanco aunque siempre el resultado es positivo.
En mi caso, negativo hasta los huesos, no tardarán tus silencios es ser malos consejeros cuando mis palabras ya te estén mandando al diablo y construyendo para ti las cosas mas hirientes que puedan forjar. Yo no conozco el divino arte de asimilar silencios, no los entiendo, hablan de más y me confunden… quizás sea lo mismo para todos los espíritus parlanchines, que como yo, necesitan no sentirse solos, sin darse cuenta que en muchas ocasiones el silencio es un magnifico compañero.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Sobre el arte de contar cuentos XII

Quince cuentos, es todo nuestro material para ganarnos la vida. Con quince cuentos hemos comido las dos desde hace mucho, y mientras mi madre tenga fuerzas para mover la silla de ruedas y mientras yo tenga memoria y garganta para recordar los quince cuentos nos iremos a las estaciones de los autobuses, a las salidas de los supermercados y a las plazas los domingos para comenzar las historias como siempre lo hacemos.
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Si señoras y señores, no le dé pena, acérquese a escuchar la tenebrosa historia de la mujer que salió en todos los periódicos la semana pasada…
El cuento de la mujer que murió acuchillada terriblemente por su amante siempre es el que atrapa las mentes febriles de los transeúntes; es imposible que no se detengan para curiosear entre la inválida que cuenta cuentos y la historia de la mujer apuñalada.
Cuando le propuse a mi mamá salir a las calles a buscarnos la vida, no me imaginé que sería tan difícil para ella y tan fácil para mí. Mamá era una mujer de hogar; entregada a los oficios de nuestra casa mientras mi Papá se levantaba muy temprano a trabajar en lo que la calle le ofreciera para la comida de sus dos mujeres. Yo siempre fui un estorbo. Ellos se santificaron mil veces cuidando de una hija que nunca sería útil, que nunca produciría nada. Desde aquellos días en que no regresé a la escuela huyendo de la crueldad infantil, mi madre se dedicó a mi cuidado; nunca fue culpa de los niños, su inclemente curiosidad era motivada por el asombro de ver mis piernas diminutas adheridas al cuerpo de una niña grande; me acosaban con preguntas, levantaban la sabana para estar seguros de que mis piernas eran reales y lo último que recuerdo de la escuela es un forcejeo de dos niños: uno curioso pretendía robar mi cobertor, el otro furioso defendía mi intimidad halando de lado contrario. En un momento incierto de gritos infantiles y llanto en mis mejillas los tres rodamos por el suelo.
Desde entonces Mamá me enseñó en la casa. Aprendí de cosas que nunca imaginé posibles y aun no sé si Mamá las inventó para hacer caminar mi imaginación y hacerme conocer mundos de la única manera que podría hacerlo.
Luego Papá cayó de un camión en movimiento y nuestra vida cambió por completo. Ambas estábamos huérfanas. Ese estado de sin salida en el que se encuentra una viuda, quien siempre se sintió protegida por la sombra masculina es enorme, y cambiar su condición de sufrimiento a una condición de lucha constante fue mi más grande empresa.
La idea de recorrer las calles narrando historias solo fue aceptada cuando se terminó el mobiliario que podíamos vender y los vecinos se cansaron de sostener dos mujeres inútiles.
Solo teníamos tres cuentos, los mismos con los que mamá inició las clases de lectura. Ahora era mi deber hacer de ellos mi materia prima.
Un día en una plaza, a la sombra de una acacia, una señorita deforme en una silla de ruedas comenzó a llamar a su público con gritos destemplados que ofrecían historias asombrosas para aquellos cristianos que quisieran entretener el oído y dejar volar la memoria.
Pero no se quede lejos mi señora que aquí hay mucho espacio; ¡vengan!, acérquese señor que no es por enamorarlo pero usted tiene cara de ser muy inteligente y va a saber el final de mi historia antes que yo se lo cuente… y así día tras día, año tras año, de la misma forma, comenzaba la eterna lucha por sobrevivir, por ganar de manera digna las pocas monedas que otros pudieran darnos. Fue difícil para mi mamá al comienzo pero después logró cambiar ese estado de orfandad por una amalgama perfecta, inventando historias que yo aprendía para contar en la plaza, en la parada del autobús o a la salida de los supermercados.
Llegaron a ser quince. Quince cuentos que ya eran capaces de hacer llorar a las señoras y hacer que los señores se desprendieran de billetes con todo gusto para ellos y para nosotras, cinco cuentos por cada parada.
Un día llegó él… un doctor muy joven, a escuchar el ultimo cuento de la tarde y desde entonces siempre volvió, cada tarde, sentándose en el suelo junto a los niños mientras yo narraba la historia de la mujer más hermosa del mundo que fue raptada y desató una guerra. Si esa mujer hubiese visto los bellos ojos de este hombre se habría sentido intimidada tal como me pasaba a mí.
Decenas de personas en la plaza salían de misa para escuchar los cuentos; a mí solo me interesaba el doctor con sus expresiones diversas que ambientaban perfectamente mis historias. Hasta que un día, de la mano del doctor, llegó la mujer más hermosa que he visto en mi vida; quizás más hermosa que la mujer que en mi relato había desatado una guerra.
Se quedaron de pie; el doctor no se hizo al lado de los pequeños que escuchaban atentos mis palabras inertes y acostumbradas porque ante el paisaje que se me ofrecía, era la costumbre lo que salía ahora de mi garganta; mi cabeza daba vueltas por la figura perfecta de mujer estudiada, inteligente, duce. Mis ojos llorosos pasaban de sus pechos divinos a la sabana azul sobre mi silla de ruedas. Las personas sollozaban con la historia del niño que se cayó en el pozo, con mi voz entrecortada, con mis lágrimas genuinas.
Demasiado drama para una reina de verdad; ella le susurró algo al oído y haló suavemente su mano fuera del circulo de personas que escuchaban atentas mi relato sin alma. El se devolvió repentino, y dejándome una tímida sonrisa puso un billete dentro de la cajita de las monedas.
Las personas cubrieron el espacio que la pareja más hermosa del universo había dejado al marcharse. Me dolía el pecho, pero era momento de seguir sobreviviendo. Miré a mamá, pequeñita y silenciosa en la banca del lado, con sus manitas apretadas contra el pecho para evitar el frio que comenzaba a helar.
- Las reinas siempre serán reinas y las moribundas siempre serán moribundas…- dije con voz de trueno, limpiándome mis lágrimas y comenzando una historia nueva, imaginariamente real. La gente olvidó al niño en el fondo del pozo, limpiaron también sus lágrimas y comenzaron a escuchar un cuento que no habían escuchado jamás.
Ahora mis cuentos son dieciséis.