lunes, 23 de febrero de 2009

Sobre más de mi epistolario vencido... cartas que quizas estarán en mi biografía.

A Santiago...
Hace tres segundos te fuiste y ya me siento perdido. Aun no se ha ido el calor de tu cuerpo de mis sabanas grises. Aun tu aroma continúa en mí, ese aroma de hierba y terracota que heredaste del mismo cielo que te trajo a mi vida. Aun siguen a mi lado el eco de tus palabras, pero ya me siento desierto, confundido, solitario, muerto de miedo y de deseos de reencuentro, con las alas entumecidas e incapaces de volar sobre una ciudad enorme que se me dibuja mortal sin ti. Aun siento el eco del golpe en la puerta que cerraste a tus espaldas, pero ese mismo eco no me deja dormir de nuevo, para soñar contigo, con tus besos, con tus sueños, con tu sudor y tu aroma de hierba y terracota. Para tener sueños pintados de verde y de silencio. Hace seis segundos te fuiste y detrás de ti se fueron mi vista y los demás sentidos, mi piel, mi carne, mis vergüenzas y mis sonidos; mis regalos de navidades pasadas, mis deseos perdidos e inconfesables, tres lágrimas de orgullo y una de amor.
Tras de ti se fue todo, lo que soy y lo que he fingido ser y… ¿Qué me dejas? ¿Qué me queda después de ti? ¿A que roca me agarro cuando el vendaval llegó y no sabía que te necesitaba a mi lado para mantenerme a flote?
Pero tu deber era irte y el mío es quedarme aquí, esperando por ti, rompiendo mi voz y mis manos, extinguiéndome en cartas que talvez ni recibas, devorado entre viento y cadenas.
Hace nueve segundos te fuiste y no te imaginas cuanto te extraño.

jueves, 19 de febrero de 2009

Sobre una carte que si tuve el valor de entregar

Escríbeme cuando quieras, cuanto quieras, cuando puedas; búscame cuando lo desees, búscame entre tus pensamientos, entre tus recuerdos. Búscame en la soledad de la última tarde que compartimos juntos y que nunca se repitió. Hállame entre tus silencios y tus olvidos, y rescátame de ellos, porque no les quiero pertenecer, no quiero estar en el lado gris de tu memoria. No quiero dormir con el beso que te pedí y que me negaste. Se que no soy tu pasado, se que no estoy en tu presente, pero no me niegues tu futuro. No me niegues la posibilidad de estar a tu lado cuando el mundo entero nos de la espalda, porque quiero compartir contigo la felicidad que siento desde que me dijiste te amo, un te amo que traspasó el tiempo y el espacio, un te amo que se generó a miles de millas de aquí, pero tan solo a tres latidos de corazón, porque eso es lo que nos separa, esa es la única distancia que siento entre tu y yo. Miénteme para darle un respiro a mi corazón, dime que vendrás, dime que ahora mismo me buscas...dime que me buscarás. Búscame en tus sueños, en tus noches sin luna, en el mar que recorres, en los atardeceres perdidos, en la mirada de gente desconocida que olvida tu nombre, en la sonrisa de ese chico que te ofrecerá el paraíso que yo no puedo darte, en las caricias que te brindaran cuando mi recuerdo mengüe, en tu desnudez y en tu tiempo. Buscame en los silbidos de los trenes lejanos que no van a ninguna parte, que no saben traerte hasta mí. Búscame en tu cotidianidad y en el mundo que te rodea; el la palida y serena luna que mira tu rostro y guarda mis lágrimas. Yo por mi parte no prometo buscarte, yo ya te encontré una vez y para sentirte de nuevo solo tengo que mirar dentro de mi corazón. En ese lugar donde siempre permaneces… yo también te amo.

domingo, 15 de febrero de 2009

Sobre soles que diluvian en febrero

No bien había salido del gimnasio cuando un aguacero bíblico me borró el panorama por completo. Había salido de casa tres horas antes, con un hermoso sol de febrero que no pronosticaba por ningún lado el gris llanto de nubes que ahora estaba presenciando y que me devolvió a casa completamente mojado y con la preocupación genuina por la gripa que recién estaba ahuyentando.
Aun cuando se tomen un poco más de tiempo que el complicado clima capitalino, todos los panoramas cambian. No hay ninguna circunstancia estática.
Si, ya me imagino la cara de un amigo leyendo esto y echándome en cara lo repetitivos que suelen ser nuestros días, nuestros meses… y mirándolo bien, nuestros años.
Poco en nuestras vidas ha cambiado; pocas personas conocidas; pocas se han quedado, pocas hemos querido que se queden. Pero creo que mas allá de las recriminaciones al cruel destino que nos amarra, la pregunta debería ser ¿qué hemos hecho nosotros para que cambie?
Si, ya sé, usando mi método de justificación estándar, diría que fue suficiente con cambiarme de ciudad unos meses atrás, un pequeño paso para un hombre, un gran paso para mi biografía; pero tan solo cumplí mi deber evolutivo de cambiar el escenario, todos saben que de haber seguido en mi pequeño pueblo a esta hora habría mandado el mundo a la mierda y me habría colgado con mi propia corbata, pero, ¿verdaderamente hice algo importante para buscar mi felicidad?
Benditamente condenados a estar felices, esa se supone que debería ser nuestra idea principal, nuestro motor de inicio, pero creo que invierto más tiempo quejándome que buscando la solución. Creo que sonreí a menos personas de las que debí, pero aun así me quejo de que nadie me sonriera de regreso.
No, los panoramas no son estáticos, las cosas cambian y aun sabiéndolo, no me preparo para esos cambios. Los cielos se ponen grises y aun así me empeño en salir a la calle con pantalones cortos y camisetas sin mangas.
No puedo quejarme de cosechar lo que siembro. No puedo renegar por la soledad si es lo mismo que he amasado todo el tiempo. No puedo dolerme de seguir rumiando mi propia desdicha cuando no hago nada para que sea diferente.
Acumulo los conocimientos como un gran tesoro, pero temo gastarlos, temo darme lujos, quizás porque muy en el fondo considero que no los merezco; quizás muy en el fondo no tengo más confianza que la suficiente para caminar a través de un grupo de personas sin sentirme intimidado… pero, ¿acaso no era mejor mirarlos y saludar? Quizás en su saludo de regreso habría una partecita de cambio para no sentirme tan solo.
Los hermosos soles de febrero no son eternos; tampoco lo son los diluvios capitalinos… puedo quejarme de ellos o buscar la manera de sacarles ventaja. Esa es la parte difícil; en eso consiste el vivir.