sábado, 29 de agosto de 2009

Sobre palabras prestadas... e idiotas propios.

Idiota no es cualquiera.

Se necesita vocación y entrenamiento. Sea cual sea el empaque. Porque hay varias clases de idiotas: los invisibles y los que encandilan. Los inodoros y los que apestan. Los insípidos y los que empalagan.
Hay idiotas con toga e idiotas con botas. Hay idiotas de reciente cosecha y los hay añejados. Hay idiotas por conveniencia y hay idiotas por convicción. Todo idiota, sin embargo, tiene su equipamiento básico: una serie de rasgos peculiares que lo definen y lo separan del resto de la especie.
El idiota típico, por ejemplo, no distingue colores ni matices. Ve el mundo en blanco y negro. Alimenta su discurso con dicotomías. Pobres y ricos. Patriotas y lacayos del imperio. Buenos y malos. Capitalismo y socialismo. Bush y el otro.
El idiota practica el autoengaño. Cree que maneja a los demás… y los demás lo usan. Lo ponen, verbigracia, a dar insultos a un gringo en tierra ajena, mientras el anfitrión voltea su estrabismo para desentenderse. O algún analfabeto presidente, embutido en un poncho, le organiza un acto de adulación para vaciarle la bolsa mientras habla.
El idiota no sabe lo que dice. Usa la lengua pero no el cerebro. Le rinde culto a la consigna. Llama a formar “uno, dos, tres Vietnam”, sin recordar el sufrimiento que un solo Vietnam le causó al mundo.
O grita a todo gañote “Patria, socialismo o muerte”, como opciones alternativas de futuro. Como una amenaza enarbolada a los cuatro vientos, que deja sin espacio a quienes creen en la humanidad, la libertad y la vida.
El idiota no sabe sacar cuentas. Se mira en el espejo y grita “¡Somos dos!”. El idiota, en efecto, asocia a su país con tres países pobres y pequeños… y cree que el imperio está temblando.
Venezuela, Cuba, Bolivia y Nicaragua se embarcaron en esa aventurilla que es ALBA. Unidos suman unos 50 millones de habitantes. La mitad de los que tiene México. La cuarta parte de los de Brasil. La sexta parte de la población del imperio. Bush no se ha dado ni cuenta de que el ALBA respira.
El idiota no sabe que los demás lo ven. Persigue al hombre de su vida (si no existiera Bush lo inventaría) por toda América Latina, y luego dice que aquél lo anda buscando. Monta un show de bostezos y de insultos en un pequeño estadio de un barrio bonaerense y luego va a dormir en el Sheraton Hotel. Prédica y conducta por distintos rumbos.
El idiota no tiene identidad política. En Argentina se proclamó hijo de Bolívar, de San Martín, de Tupac Amaru, del Ché Guevara y de Perón. Cuando visita Cuba es hijo de Martí. En Nicaragua es hijo de Sandino. En Perú, de Velasco. En la China, de Mao.
Esa mezcla de padres tan disímiles talvez sea responsable del desorden ideológico que el pobre idiota carga entre verruga y ceja.
El idiota prefiere lo parejo. Le tiene miedo a la diversidad. Por eso quiere un partido único donde todos complazcan sus caprichos. Y un pensamiento único que evite la comezón de la disidencia. Y un líder único y eterno, cuyo dedo decida el rumbo el país.
El idiota no asume responsabilidades. La culpa es siempre de otro. Del neoliberalismo. Del imperialismo. De la oligarquía. De los medios de comunicación. De sus ministros, incluso. Es un experto en el arte de lavarse las manos.
El idiota se cree grande porque hay otros idiotas que lo aplauden. El idiota se cree tigre de acero. El idiota no sabe que el acero también se derrite.
Daniel Romero Pernalete

lunes, 24 de agosto de 2009

Sobre... reminiscencias?

Se llamaba Nerón.
Negro como el alma de su homónimo, Nerón había dado buena cuenta de las carnes de todos los vecinos. Sus mordidas estaban marcadas en culitos, piernitas y las malas lenguas infantiles contaban que una niña, del otro barrio, había sido mordida en la cara, dejándola marcada de por vida.
Yo le temía a Nerón más que a la oscuridad, eso ya era mucho decir. Pero un día llegó al barrio Mauricio. Mauricio era gordo como yo, pero era un gordo valiente y en gran parte esa valentía se contagiaba en mí. Mauricio me dijo que había que usar la ferocidad de Nerón en su contra y a favor de nuestra diversión. Desde entonces nos dedicamos a mortificar al pobre perro paseando veloces en nuestras bicicletas.
¡Upa Upa Nerón! Le decíamos al animal echado a la sombra de una veranera, quien de inmediato salía a perseguirnos infructuosamente. Si que éramos muy buenos con el pedal.
Pero los días pasaron y Nerón perdía interés en nosotros, entonces teníamos que añadir emoción al juego y decidimos que molestaríamos a Nerón corriendo. La verdad al plan yo le veía muchos fallos, sobre todo el hecho que éramos dos niños obesos y que Nerón era una bestia sedienta de caras de niños para destrozar; pero para Mauricio era un plan perfecto y yo, una vez más, no tuve el coraje de contradecirlo.
Nerón dormía las cuatro de la tarde bajo la veranera y desde la esquina Mauricio y yo lo mirábamos, él mas dichoso y menos preocupado que yo. ¡Neroncitoooo! Dijo Mauricio y de inmediato el animal se levantó disparado sin siquiera mirar hacia donde corría. Mauricio y yo arrancamos en carreras y mientras que él se reía, yo trataba de ahogarme menos pero era inútil.
Las piernas funcionaban por una fuerza superior a mí, el miedo cocinaba mis entrañas y los ladridos del perro abrían orificios al interior de mi cabeza. Fue por una fracción de segundo que giré mi cabeza y vi al terrible animal a solo una nariz de mí.
Juro que no fue por mala fe, que no lo tenía pensado y que nunca me hubiese ocurrido una acción tan mezquina como aquella; tan pronto sentí el ladrido del perro muy cerca de mis carnosas piernas, estiré la mano tomando la camisa de Mauricio y sin pensarlo dos veces se lo tiré a la bestia para que le sirviera de cena.

Recogieron a Mauricio y lo llevaron al hospital con la espalda abierta por las dentelladas del can. En la noche yo no podía dormir; pensaba que había tirado a mi amigo para que se lo comiera el perro y por más que intentaba venderme la idea que era su propia culpa por incitarme al mal, no lograba callar la voz de la conciencia.
Mauricio nunca me volvió a hablar y yo nunca tuve el valor de mirarlo a la cara otra vez, ni aun cuando los años pasaron y de repente me lo cruzaba en nuestro pueblo.
Nerón murió envenenado, como solían morir los tiranos, y con tantos enemigos que nadie se condolió por el perro ni se preguntó quién lo hizo; quizás hoy en día nadie lo recuerda, quizás hoy en día el perro no es más que una cicatriz tenue en la espalda de Mauricio y un dolor de amigo en una esquinita de mi corazón.

sábado, 15 de agosto de 2009

Sobre mi más grande traición.

Recuerdo muy bien cuando los amigos de mi abuelo comenzaron a morirse, de muerte natural, que es el privilegio que tienen los viejos en los pueblos alejados de todo, menos de Dios.

¡Carajo! Se murió Orobio.

Eso fue todo lo que le escuché decir cuando llegó a la casa la noticia de la muerte del abuelito de mi Amigo Diego.

Su mirada se perdió en el cielo, quizás pensando en su propia muerte, bastante cercana, o quizás recordando al amigo perdido. Parado con las manos agarradas en la espalda como era su postura típica, sin camisa y mostrando su enorme barriga de tambor, escrutaba en el cielo sin nubes quizás una señal, quizás un plegaria, quizás un aviso.

Hoy quiero hacer una confesión de traición. Hoy quiero declararme culpable ante el destino y ante las parcas que ya deben estar preparando el hilo de mi vida.

La madrugada que mi abuelo moría, él, el hombre que más he amado sobre la faz de la tierra, yo no me levanté a despedirme… yo no le dije Adiós.

Recuerdo vagamente que Mamá se acercó a la cama y me dijo entre llantos algo como “mi Papá se está muriendo” y hasta ese momento llega mi participación en la escena de su vida. Recuerdo haberme despertado algunas horas después con la noticia de que mi abuelo había muerto.

No era posible, no para mí. Él iba más allá de las leyes que rigen a los hombres. Él era mi ídolo, mi padre, mis cimientos. Él era mi todo y yo lo era todo para él. Lo que más me duele es saber que con todo el amor que sintió por mi abuela; con toda la devoción que se entregó a sus hijos, fui yo la última persona en la que él pensó, sus últimas acciones, cuando al voz ya se había apagado, eran para demostrar que me quería… para demostrar cuánto me quería.

Yo, el traidor, lo cambié a Él, al hombre que mas he amado en mi vida, por un sueño profundo; yo, el traidor desde entonces no he logrado dormir las noches completas y quizás el único placer que no disfruto hasta saciarme es el placer de dormir.

Quizás inconscientemente espero en esta penitencia resarcir mi culpa y enmendar mi falla.

Quizás inconscientemente aplico la pena que deberían tener todos los traidores: no descasar tranquilos agobiados por el peso de su propia culpa.

Cloto hila mi destino mientras Laquesis mide si intensidad, a ellas ya no puedo pedirles clemencia por este delito, porque yo aun no me perdono por ello. Solo me queda esperar que la más inflexible de las Moiras, la propia parca, Atropos, corte mi hilo en el momento digno para que un buen amigo, mirando un cielo sin nubes y con las manos agarradas en las espaldas pueda decir con verdadera tristeza ¡Carajo! Se murió Uribe.

sábado, 8 de agosto de 2009

Sobre nuevos caminos....

A Marga, Rosa y Cyllan (futura colega).

Si, yo pensé que el costo de la vida solo me iba a reventar para cuando comenzara a pagar mis impuestos de millonario.

Hola.

Regresó (despeinado y agotado) después de una ausencia de dos semanas, sin visitar los blogs y con una lejana galaxia donde reina el desgobierno. Ahora mi lista de prioridades la encabeza una genial: Seré Arquitecto.

Bien, es cierto que las opciones de recorrer los cinco años hasta la meta se ven borrosas… bueno, siendo realistas son casi una penumbra, pero es lo que quiero, es la mejor manera de invertir mi tiempo y enfrascado en una batalla difícil… y costosa.

Y es que no es solo levantarme a las cinco de la mañana, (todos sabemos que el mejor tiempo para dormir es justo antes de tener que levantarte), tomar un autobús lleno de gente, donde todos me lanzan su mirada de reproche, haciéndome sentir como un leproso cuando los golpeo con mi enorme morral y mi gigantesca carpeta. La carpeta, que me costó un ojo de la cara y que es tan incómoda como fea; el papel del más fino, los lápices de los que más valen… todo para cumplir con los requerimientos de un profesor genial y escandaloso (algo emparentado con una gallina) que nos dice que en los mejores materiales se encontrarán los mejores resultados. Mala suerte para el reciclaje.

Transporte, comida, materiales, colecta para una gaseosa, más materiales… y todo poco a poco va inflando mi morral y devastando mi bolsillo.

Apenas empiezo, y la vida del estudiante, azarosa y humilde ya me está tocando las narices. Pero es lo que quiero, es lo que me nace; bien podría estudiar astrología y vender pantomimas de lindos futuros; bien podría ejercer de logrero, malviviendo la poca vida que me quede de lo que pudiera quitarle a los demás. No, he decidido el camino difícil, siempre lo hago y para mi buena hoja de vida, siempre lo culmino.

Solo sé una cosa, empecé esto y ahora seré el mejor. Empecé esto y con toda seguridad no habrá quien me detenga mientras esa no sea mi decisión. Tozudez me sobra y para llegar a buenos puertos, no todos los mares serán calmos.

Espero pues que no me olviden, aun cuando solo tenga tiempo de pasar por mi propio espacio y en ocasiones más separadas. Espero tenerlos cerca, porque para mí ser Blogger no es solo escribir las tonterías inmediatas que se nos vienen a la cabeza, dibujando serpientes emplumadas y pajaritos ilusorios. Ser Blogger para mí, ha sido encontrar las personas más maravillosas que piensan sueñan y sienten del otro lado de la pantalla… y espero que ellos sientan lo mismo por mí.

Ahora me voy, a mi entrevero de papeles y lápices costosos, con miedo de que ahora mi blog se vuelva una bitácora loca, donde un día comience con la frase: “Querido Diario…