martes, 5 de octubre de 2010

Sobre asaltos... de los peores.

Los asaltos son, en cierta medida, imprevisibles.

Un derrumbe colosal de ideas, de conceptos, de sentimientos. Todo se mezcla y en el medio nosotros, pobres cristianos, simples víctimas de las circunstancias.

Claro, como todo puede estar peor, podemos decir que el asaltante sea un recuerdo. Un viejo, enmohecido y lejano recuerdo que creímos tirado para siempre pero que simplemente había sido barrido por debajo de la alfombra.

A quién, en el momento más inapropiado y bajo la más patética luz amarilla, no se le llegado de repente la imagen de algo perdido, algo olvidado, una caminata, un atardecer lluvioso o una carta escrita, aun cuando la manía de escribir poco a poco se ha ido perdiendo.

Deberían condenarse como los peores, los asaltos de la memoria.

Los recuerdos llegan, golpean, destrozan y se van tan tranquilamente; que puedo dar fe que son los peores criminales que he conocido: nunca pagaran por su delito.

Sí, es la verdad, también los hay hermosos. Recuerdos bellos que te alegran el alma y te brindan un poco de paz. ¡Ja! También ellos, te lo puedo asegurar, cambiarán de rostro con el pasar del tiempo; también los hermosos recuerdos algún día hacer llorar.

Vaya mierda de texto me ha salido hoy. Quizás es la estúpida lámpara de luz amarilla que ahora mismo tengo en mi cabeza, o el día gris y lluvioso que me regala la Bogotá de estos días.

Yo que sé… simplemente dentro de todos los asaltos de la memoria, recordé que tengo un blog… uno que siempre me espera…uno al que siempre vuelvo.