miércoles, 29 de agosto de 2007

...Farewell...


La casa de Mamá tiene la facultad de ser un paraíso seres extraños: Una perrita que se enamoro de un gato negro (ya escribí de ella aquí), una perra dálmata, que nunca parió, pero que amamantó todos los cachorros que llegaron a la casa (incluido un cachorro de gato), una gallina que el día de ayer sacó una nidada de tres patos (son hermosos) y Yo.
Para efectos de mi sinceridad contigo, juro decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Nunca aprendí a fumar por mas que lo intenté, obviamente tampoco he fumado marihuana. Tengo un lado exhibicionista heredado de algún antepasado morbosillo. Instintos suicidas (luego hablamos). Me encanta el sexo y los chocolates. Odio mis labios. Soy muy mal perdedor. Inconformista de tiempo completo y… quiero irme a Bogotá, a comenzar de nuevo, a buscar en un escenario más grande ese personaje que le hace falta a la obra de mi vida, porque además de todo pero mi mayor detalle es que aun creo que hay alguien para mí; creo que ese es el motor de mi vida.
Al “Sr A” lo conocí de una manera loca, que por pudor (aun contigo que sabes todo de mi), no cuento. Nos vimos un par de veces, descubrí de su mano los beneficios de amanecer con alguien, de pasar una noche completa a su lado, de abandonar una cama en la cual escribiste una historia, una bonita historia.
Pero el panorama cambió, demasiado rápido, como usualmente me ocurre. Llegaron las excusas, los motivos, llegaron los cambios sorpresivos de planes. Era de esperarse, yo había bajado mis defensas aun cuando sabía que nunca debo confiar en alguien que llega tarde a tu primera cita. Hoy estoy convencido de que no nos veremos de nuevo. La distancia entre los dos es más grande que la distancia en su ciudad y la mía. La distancia entre los dos se mide en intereses, en búsquedas. Hoy él me dijo que temía, pues yo era ese tipo de persona de las cuales se podía enamorar, entonces esa era su razón para no verme. Si creyera esas palabras, ¿estaría dándole de nuevo alas a mi corazón, que siempre ha querido ser especial para alguien? ¿Podría volver a caer en la vieja frase: no eres tú, soy yo? No, no y mil veces no, no quiero las mismas palabras que han llegado de diferentes labios, no quiero sentirme el chico lindo en la vitrina de cristal, no quiero ser lo que me dijo alguien alguna vez: un diamante en su cofre, codiciado pero solitario. No, no quiero, no quiero quedarme aquí esperando que él venza sus miedos, que él me diga que soy la persona que quiere a su lado, porque ese momento y esas palabras no llegaran nunca, porque él nunca sabrá como vencer la distancia que nos separa, y yo ya estoy cansado de intentarlo solo.
Me quiero ir, a una ciudad enorme donde nadie me espera, pero donde espero encontrar alguien. Me quiero ir a una ciudad donde no se en que trabajaría, no se que haría, no se que comería, pero donde mi vida sería una baraja en mi mano, repartida para que yo destape las cartas que quiera, sin preguntar a nadie, sin consultar a nadie. Me quiero ir a una ciudad, armado de una inteligencia enorme y un único talento que es el de escribir sobre mi mismo (sin saber que tan útiles puedan resultar esas herramientas). Pero antes que nada, me quiero ir a Bogotá, porque quiero encontrar a alguien que No me diga “no te vayas”… ¿Que no me valla? ¿Que no me valla? Entonces, ¿a qué quedarme? ¿Si me quedo, que me daría? Me regalaría una noche cada mes y mil excusas de las que suenas prefabricadas y eternas. Me regalaría las mismas frases de siempre, frases que se me hacen incompletas, yo quiero una frase entera, yo quiero escuchar un “no te vayas… yo me quedo contigo”

Adicional 1 >>> Hoy le quiero cumplir una tarea a mi profesora Alicia Benítez. Recuerdo cuando juntos le di una diatriba eterna sobre mi imposibilidad orgánica para componer un poema que ella había dejado de tarea. Hoy, en el autobús de regreso a mi casa, más de siete años después, hice la tarea:
Yo te dejé en tu mundo sin hacer ni un ruido
Con la verdad que atravesó mi pecho
Quedaron mi alma y corazón deshechos
Te amo sin fin y por amor te olvido
No pienses mal, pues no será un despido
Es mi estrategia para no morirme
Tengo tu piel y tu mirada firme
Pero tu amor se que no será mío
Deja que huya sin decirte nada
No digas nada cuando en el ocaso
Llegue silente a pretender tus brazos
Diciendo todo con una mirada
Eres la luz por la que yo he vivido
Pero eres presa de un amor lejano
Muero de amor si he de soltar tu mano
Es el amor… yo por amor no olvido

lunes, 27 de agosto de 2007

Coordenadas para vivir


Los puntos cardinales son las cuatro direcciones derivadas del movimiento de rotación terrestre que conforman un sistema de referencia cartesiano para representar la orientación en un mapa o en la propia superficie terrestre. Estos puntos cardinales son: el este, que viene señalado por el lugar aproximado donde sale el sol cada día; el oeste, el punto indicado por el ocaso del sol en su movimiento aparente y si a la línea este - oeste la consideramos como el eje de las abscisas en un sistema de coordenadas geográficas, el eje de las ordenadas estaría descrito por línea norte - sur. (QUE ABURRIDO!!!)
He hablado antes de mis abuelos paternos, Luís y Luisa han dejado una marca eterna en esta lejana galaxia, pero los puntos cardinales son cuatro y son necesarios todos para una buena orientación. Hoy hablaré de otro de mis faros, del tercero de los puntos cardinales en mi vida, un negro monumental y fabuloso que me enseño leer, a trabajar… a vivir.
Cuando Julio llevó a su hija al hospital, presa de un incontrolable cólico menstrual, nunca esperó que la respuesta luego de dos horas de espera sería “El cólico ya nació, vaya consiga pañales y una cobija”. Así es, yo nací sin que nadie (aparte de las eternas vecinas omniscientes) supiera, yo nací sin un solo pañal y a la “muy conveniente” hora de las once de la noche, así que mi abuelo tuvo que ir donde una amiga de la familia a que hiciera mantillas con una sabana de cama.
Bravo. Malgeniado en ocaciones, forjador de un caracter recio que supo heredarme. Guapo, pero no de esos guapos de llegar borracho, tumbar la puerta y golpear la mujer. Guapo de los que le ponen la espalda al sol para que la mesa esté puesta tres veces al día, para que la lonchera vaya llena, para que la ropa no falte.
Él siempre tenía una solución a todo, una respuesta a todo, una ayuda para todos. Julio siempre había sido un campesino, enorme, sano, inteligente aun con la limitación de da el analfabetismo. Me quiso con ese amor que un padre tiene para sus hijos, para el favorito de ellos, me quiso sanó y gordo al extremo, pero aquella vez, cuando sin saber porqué la fiebre no paraba y yo me consumía en una cama de un hospital, fue el quien peinilla a la cintura me sacó a la fuerza para llevarme a la única persona que a su criterio, podía salvarme: una bruja. La bruja me peleo con la muerte y ganó la apuesta, y él siempre a mi lado; a mi lado enseñándome a leer, cuando paradójicamente él nunca había aprendido (y no me pregunten como lo hizo, ya no lo recuerdo); a mi lado cuando íbamos al campo, a traer la leña para que la abuela hiciera maravillas en la cocina, esas maravillas cotidianas que solo aprecias y extrañas cuando ya no las tienes a tu lado; a mi lado cuando esa cabra enojada me iba a golpear y fue el quien recibió el golpe en su cadera. El hubiera recibido todos los golpes de la vida por mi, porque eso es lo que hacen los abuelos, eso es lo que hacen los padres.
Mi abuelo era imponente, intocable, para mi era eterno, hasta esa ocasión en que a la escuela fueron y me dijeron que mi abuelo había muerto. Yo corrí a mi casa, olvidé los cuadernos en la escuela, al llegar supe que mi abuelo no estaba muerto, pero si estaba delicado por un ataque masivo de abejas, las cuales había encontrado en una de sus excursiones a traer leña al monte. Al verlo en el hospital, sonriente bajó una indescifrable hinchazón que no dejaba ver más que unos pequeñitos ojos graciosos, supe que mi abuelo no era inmortal, mi abuelo era pasajero como todo lo bueno en este mundo.
El tiempo pasó, su espíritu sonriente y su carácter amable se acrecentó con los años, comenzó a volverse amigo de aquellos vecinos que en otros tiempos no podía soportar, hizo una tregua gentil con la familia del esposo de Mamá y hasta con la abuela de este, una “enemiga” consumada por problemas de diferencias políticas en tiempos olvidados.
Pero el tiempo, que lo mejoró como al vino, se encargó de pasar factura con un cáncer que llevaba hacía mas de diez años, pero que solo se hizo sentir durante quince días, solo quince días lo vi verdaderamente enfermo, quince días se toma la vida en derribar un roble como mi abuelo y convertirlo en un ser indefenso y delgado, pero con la sonrisa y el animo mas fuertes que en sus mejores días. No se habría de parar de la cama, rodeado de todos sus amigos, otrora rivales, y recibiendo sopa de manos de una mujer que había despreciado todo el tiempo. Su destino fue irse con todas las deudas saldadas, sin arrepentimientos, sin hacer a un lado su buen ánimo, habiendo convertido en aliados a sus antiguos enemigos y dejando en mi corazón una gratitud enorme, un amor incomparable y la sensación placentera de saber que la vida me puso de maestro, de faro, a un gran hombre.

jueves, 23 de agosto de 2007

No era más que una pelicula...

...y la película ya estaba empezada, pero me llamó la atención la fotografía surrealista de unos niños varados en su auto en las líneas del tren. Luego encontré paisajes tan maravillosamente nostalgicos, que me llevaban a recordar tiempos y lugares que no he vivido nunca.
Lemony Snicket's A Series of Unfortunate Events, (Una serie de eventos desafortunados)… Jim Carrey interpreta al Conde Olaf, un singular y diabólico actor y maestro del disfraz, que está decidido a robarle a los huérfanos Baudelaire su fortuna, los cuales en calidad de huérfanos, recorren las casas de varios personajes que los reclaman como familiares, y que les enseñan a dominar el extraño mundo en el que les tocó crecer.
Antes que nada aclaro que el estilo extravagante y desparpajado de Carrey no me gusta para nada, salvo The Truman Show, no he visto películas de él, pero me encontré con esa fotografía que me recordaba los paisajes oníricos de Dalí, recordé aquellas veces que me repetí hasta el cansancio que las cosas malas siempre le ocurren a las buenas personas y sobre todo encontré a la maravillosa Meryl Streep, en el personaje de la tía Josephine, una mujer que habita una casita expuesta y vencida en la cima de una acantilado, sostenida sobre el mar por un extraño parapeto de vigas, y cuyo temor a todo lo que la rodea es una muestra clara y directa de lo que ocurre a diario.
Ella no prende la calefacción por temor a quemarse, no abre las puertas de as perillas si no empujándolas, no se acerca al refrigerador pues este puede caerle encima, no mira las fotos porque el papel corta…
¡Que loca! Pensé sonriéndole a la imagen de esta rubia camaleónica “drama queen”, pero después, horas después y con las imágenes aun en mi cabeza pensé ¿Loca ella? ¿Acaso no era lo mismo que yo estaba haciendo todo este tiempo?
He tenido miedo de conocer ese ser especial que todos dicen que soy. He tenido miedo de reconocer esa persona inteligente que es capaz de lograr cosas inimaginable, no porque me crea incapaz de intentarlo, sino por el miedo al fracaso, porque a veces se me olvida que nada es imposible, me refugio en mis temores olvidando mis fortalezas. Y se que esta bien sentir temor, el temor es una reacción normal que nos ayuda a ponernos a la defensiva huyendo o atacando, pero, cuando nuestra habilidad para atacar se está quedando relegada a un segundo plano, ¿No estamos dejando de vivir las cosas que valen la pena? ¿No estamos desconociendo el Dios interior que llevamos y que debemos alimentar?
Me propondré dejar de ser la versión real de la tía Josephine, me propondré buscar un norte, salir de mi casa en el acantilado, dejar de estar sostenido por el parapeto delicado y confortable que me dan mis posibilidades actuales, retando a mi zona de confort a que se convierta más grande o a que desaparezca, pero de una vez por todas entender que vivo, que valgo, que soy… hacerme notar, hacer notar mis pensamientos, mis deseos, mis sentimientos. Recorrer el mundo de todos aquellos que me reclamen como familiar para aprender de ellos el a disfrutar el extraño mundo en el que me toco vivir!!!
Terminé de ver la película, con un deseo de que el final fuera más explicito (como usualmente sucede con las películas que te interesan, donde quieres saber que pasó mas allá del final establecido) pero quizás los finales no siempre serán lo mismo que "el fin de la historia", muchas veces la historia debe quedar abierta a la posibilidad de tu imaginación, para vivir a través de ella, para soñar a través de ella, para sentir a través de ella.

martes, 21 de agosto de 2007

Los mostruos bailan al ritmo de Sabina


El fin de semana resultó demasiado productivo con relación a ideas para escribir en mi blog, creo que tendré que escribir un post casi a diario…
Una de las ideas surgió repitiendo aquella película ¿What’s eating Gilbert Grape? En la cual había una señora tan gorda pero tan gorda que al final, cuando ella muere, deben quemar la casa con todo y señora adentro. ¿En que momento de la vida nos convertimos en monstruos? O es que… ¿tenemos la posibilidad de nacer siendo monstruos?
Personalmente si, nací con cuatro tetillas, no con cuatro pezones como Krusty el payaso sino con cuatro tetillas bien separadas, dos de las cuales se fueron reduciendo hasta quedar convertidas en unos lunares minúsculos pero replicas exactas a escala de lo que una vez había sido.

"Lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un Wiskhy on the rocks"
… la noche se dibujaba sin igual; había esperado que ese chico me invitara a salir desde una semana atrás. Le insistí en que saliéramos ese viernes y muy a la fuerza él aceptó, eso si, con la condición que saldríamos con dos de sus amigos; uno era el chico que atendía la cafetería donde yo estudiaba, el otro era Jhon.
Fuimos a una disco de moda, hoy desaparecida y todo el ambiente se notaba de lo mas normal, salvo la observación de que yo sería tratado “como un amigo más, dado que los otros chicos eran sus compañeros de trabajo”. Mis alarmas no se dispararon, mis instintos aun estaban dormidos bajo mis dieciocho años de edad y mi primera salida en pareja. La noche estaba bastante aburrida, la música bastante repetitiva y las miradas lascivas a las cuales no estaba acostumbrado no me resultaban muy cómodas y quise ir al baño; debí hacerlo solo y sin mayores problemas ingresé en el húmedo lugar, maloliente y atestado de chicos ocultando bajo polvo compacto el sudor de una noche de fiesta. Al salir fue difícil recordar el camino a mi mesa, de hecho, hubiera sido una fortuna nunca encontrar el camino de regreso; mi chico y Jhon se estaban besando de una manera tan apasionada, tan entregada y tan ensimismada, que no notaron mi presencia, donde el cerebro procesaba a velocidades vertiginosas una cantidad de información que no coincidía con el paraíso de flores y amores que había tratado de crear para mi mismo.

"Así que se fue, me dejó el corazón en los huesos y yo de rodillas.Desde el taxi, y haciendo un exceso, me tiró dos besos...uno por mejilla."
Dicen que todos tenemos una serie de traumas que nos hacen ser quienes somos y que el primer trauma que adquirimos es el de la respiración, cuando el cerebro recibe ese golpe de vida y sigue repitiendo la acción de respirar una y otra vez.
Hay estaba yo. Presenciando mi primer trauma sentimental, mi primer golpe de vida, de verdadera vida, aprendiendo del primer error, con la primera persona, esa que parece irremplazable y que más allá de tu primera vez, crees que podrías entregarle hasta el alma.
No dije nada. Ese día adquirí la manía de callar, sin pedir explicaciones y quedándome con las definiciones que mi imaginación pudiera darle al asunto. Ellos llevaban más tiempo juntos del que yo llevaba en el mundo romántico. Yo era simplemente un experimento, una idea de búsqueda ajena para comprobar la solidez de su relación. Obviamente no me podía quedar ahí, obviamente tenía que huir, los monstruos tienden a perseguirte, pero sabía que en mi caso ellos ya querían deshacerse de mí. Nunca los volví a ver, nunca pretendí entenderlos aunque tampoco odiarlos; era mi primer trauma y debía quedarme con él, comprendiendo que la vida apenas empezaba, que el corazón apenas estaba conociendo el primero de los muchos monstruos que el camino me pondría al paso y del cual, hoy, a muchos veranos de distancia, ya no recuerdo el rostro.

Dijo hola y adiós, y el portazo, sonó como un signo de interrogación, sospecho que así, se vengaba, a través del olvido, Cupido de mi. No pido perdón ¿para qué? si me va a perdonar porque ya no le importa...siempre tuvo la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta.

jueves, 16 de agosto de 2007

fue solo una mala noche...


Siempre quise que me hicieran participe de un Meme… ya saben aquellas cadenas que se envían entre los blogs con un tema definido, pero nunca me hicieron partícipe de alguno.
Hoy voy a inventar mi propio meme, y lo voy a hacer con un tema no muy agradable. Sin obligarte, simplemente si te quieres unir a él.
Hay noches que no son tan placenteras, noches que el sueño no llega, noches de insomnio, noches de tormenta, contradiciendo a Sabina, no todas las noches son noches de boda ni todas las lunas son lunas de miel (que maestro ese Sabina).
5:30 p.m. Salí de trabajar con mi prisa constante para llegar a la casa y comer algo. Pero antes de llegar me contaron que Mamá no estaba, había ido a acompañar a mi abuela (Luisa) al hospital, ya que mi abuelo, delicado de salud desde hacía meses, años quizás, había sufrido una recaída.
No sabía que hacer, el estomago me recordaba que no había almorzado, pero el sentido común me llevó a tomar un autobús de media hora y dirigirme al hospital. No me gustan los hospitales, creo que a nadie le gustan, siempre hay prisas, estrés, gente que llora, gente que se queja, más aun si estás en el área de urgencias como era mi caso. Con mi llegada, Mamá concluía su función de buena samaritana y Luisa debía regresar a casa con ella por obvias razones. Ahora era mi deber seguir al lado de mi abuelo, completamente disminuido y reducido para ese momento. Estaba acostado en una camilla sin sabanas, entre una señora con las varices reventadas y un anciano mudo. Luís Ángel desde hacía dos días tampoco hablaba (si, curiosamente mis abuelos eran Luís y Luisa) pero para conseguir la atención, chasqueaba los labios de una manera que me aterraba, así que prefería no descuidarlo ni un momento. 7:30 p.m. Nos trasladaron a una clínica en Cali (una hora de camino) dada la mala condición que revelaban los exámenes de Luís Ángel, pero no sería hasta las once de la noche que lograríamos salir, porque como es usual, las ambulancias nunca están disponibles cuando se requieren. 12:00 a.m. Llegamos a la clínica en Cali, donde me dejaron en la sala de espera con Luís Ángel que se quejaba demasiado, el frío me destrozaba de pie contra la camilla, mientras pude ver que mi abuelo también podía sentir el rigor de la mala noche que estábamos pasando. Hable con más de cinco enfermeras, de esas que se creen de mejor familia que los pacientes, pero ninguna pudo conseguirme algo para arropar a Luis Ángel.
02:00 a.m. La situación con Luís Ángel se tornaba cada vez más dramática, nos ubicaron entre decenas de personas en similares y peores circunstancias, todas a lo largo de un único pasillo que me recordaba aquellos lugares de refugiados después de una calamidad. El dolor no pasaba, las manos de mi abuelo estaban apretadas contra su pecho y yo trataba de concentrarme en él mientras la gente corre y dice que una señora vomitó sangre cuando iba al baño. Yo no quería ver, yo no quería estar ahí, yo no quería a ese Luís Ángel tan disminuido y que ya nunca podría contarme historias de esa legendaria Manizales donde había nacido 80 años atrás. No fue el mejor abuelo del mundo, pero tampoco fue la figura rígida que había sido Luisa. El simplemente era un anciano alegre y enamorador que ahora se encontraba en una camilla, cubierto con mi camisa e incapaz tan siquiera de quejarse del dolor que lo estaba matando. 03:00 a.m. El medico nos atendió y simplemente se limitó a escuchar lo que yo hablaba. Ni siquiera tocó a mi abuelo. Era un medico gordo con apariencia de perro bravo. Según sus instrucciones le pusieron líquidos a Luís Ángel los que nunca supe qué eran, pero que le fueron cambiando de a poco la expresión de dolor. Ahora mi abuelo miraba todo con una expresión de asombro, como si tratara de descifrar donde se encontraba o porqué estaba ahí. Estoy seguro que tampoco me reconocía porque me miraba con la misma expresión de extrañeza. Las señora que estaban alrededor se acercaron a decirme debía buscar una cobija para él, porque estar simplemente con una camisilla me haría daño. Comenzaron a hablar de sus propias calamidades, de las negligencias del personal de la clínica y de la insuficiencia médica para atender tal cantidad de urgencias. Yo solo escuchaba, no podía hacer o decir nada, solo escuchaba. 04:05 a.m. Luís Ángel no podía respirar, movía descontroladamente las manos tratando de tomar el aire que no le llegaba y su mirada se perdía entre las blancas paredes y las caras aterradas de las señoras que trataban de ayudarme. Yo no podía pensar, ni siquiera podía actuar, hasta que Luís Ángel dejó de moverse e inclinó la cabeza, en el preciso momento que llegaba de nuevo el medico con cara de perro bravo y le tomaba el pulso. Mi abuelo había muerto. Una enfermera me entregó tres sabanas para que cubriera el cuerpo, las mismas sabanas que había buscado toda la noche para evitarle el frío, y me entregó los papeles con una orden tajante y despectiva: “llévelo a la morgue, por el pasillo derecho”. Tape el cuerpo, me despedí de las señoras que me miraron con una mirada de tristeza y lastima mientras la más ancianita se acercó a mi y me dio un beso en la mejilla. El nudo en la garganta fue inmediato, pero no era por Luís Ángel, a quien el cáncer le había hecho desear la muerte desde hacía tanto tiempo, sino por miedo, porque comprendí que tuve miedo desde el mismo instante en que Mamá y mi abuela me dejaron solo. Caminé por un pasillo largo y macabro, estrecho y sin puertas, con el sonido de un radio mal sintonizado en algún lugar y con la camilla incontrolable chocándose contra las paredes. En la morgue, un señor me recibió primero los documentos, selló los que me devolvió y entró la camilla, tirándola hacia otras que estaban en un rincón, y que chocaron como bolas de billar las unas con las otras. “espere por la puerta de atrás para recibir el cuerpo”. 05:15 a.m. La puerta de atrás era por el mismo lugar de salida de desechos, pero las puertas estaban cerradas, aun estaba oscuro y yo debía simplemente esperar. Me senté en el suelo, recordé el hambre, y con la camisa en la mano me puse a llorar. Aun tenía miedo, miedo de la noche en una ciudad tan grande y tan sola. Miedo de los habitantes de las calles que me miraban con la misma mirada de de tristeza y lastima que me habían regalado las señoras. Miedo de estar solo. Miedo de la muerte que por primera vez había encontrado tan cercana. Miedo de esperar, esperar el fin de esa larga noche, que se prolongaría conmigo, sentado en el suelo, hasta las nueve de la mañana.

Ahora, ¿Quieres que te ayude a cargar con una mala noche? Hablame...

lunes, 13 de agosto de 2007

Un buen combate



Soy amante de los animales en la lejanía. Me explico, amo los perros de los vecinos, pero no puedo soportar los perros de mamá que salen con sus halagos a recibirme cuando llego a visitar. No tengo la paciencia y dedicación necesarias para cuidar un pez o un hámster o un caballo… pero insisto que me gustan los animales.
Dicen que los antiguos orientales aprendieron de los animales para desarrollar las artes marciales. Excelente movimiento; observar el comportamiento de los animales a veces nos lleva a comprender misterios que han sido insondables para nosotros, especie “evolucionada” y estancada en nuestra propia evolución.
Creo que todos, o por lo menos la gran mayoría, vimos en la tele un video que colgaron en Internet de un bebé búfalo atacado por cinco leonas. Pues bien, no contento con eso, el animalito se niega a ser presa fácil, y en la batalla cae al pozo del cocodrilo. Es decir, ubiquémonos en un paisaje donde, huyendo de cinco asesinas mortales, poderosas y sobre todo hambrientas, caemos en el campo de batalla de un gigante con similares cualidades mortales.
La suerte ese día parecía esquiva al becerro (si así se llama a los hijos del búfalo), en una pelea dispareja, se disputaban la presa las leonas desde su ángulo mas favorable y el cocodrilo desde su único y ventajoso ángulo, pero antes de que estos puedan reaccionar, una masa oscura y decidida se proyectó en un ángulo casi imposible y casi inútil. ¡La manada de búfalos llegaba! Venían a socorrer a uno de los suyos, era uno pequeño, era uno de tantos, pero no lo dejaban morir sin hacer nada, no se quedarían de cascos cruzados mientras el pequeño era distribuido en equitativas presas. Había miedo, miedo de comenzar el ataque, porque tener miedo no es malo, tener miedo es simplemente recordar nuestra condición vulnerable y nuestro deber de protegernos de un enemigo poderoso. Las cabezas se veían agachadas, pero no las agacharon en señal de derrota, las agacharon para asestar golpes más fuertes, para ser más certeros con sus cuernos, para usar la fuerza de sus lomos y su propio miedo en contra de un enemigo fuerte, pero igual de vulnerable a todos los enemigos. Todos tienen un punto débil. Todos.
No pude evitar recordar una vez, en esta singular Colombia, cuando un grupo de indígenas se levantó en medio de una noche de toma guerrillera en un pueblo que se nos perdió en la memoria, y con ollas, tapas, pitos, en fin, con todos los enceres que hicieran ruido, salieron a defender a los policías que, atrincherados, resistían como valientes una lucha dispareja, una lucha de leonas contra bebé búfalo. De un lado estaban esos narco-cobardes armados y poderosos, mancillando una vez más a un pueblo desangrado y herido; del otro lado estaban los indígenas, con gritos ancestrales y ruidos de guerra. Se unieron a la batalla los que debían quedarse impasibles viendo como la vida pasa sin que pase nada. Esa noche la guerrilla huyó, como los cobardes que son, como los canallas que siempre han sido, y no hubo muertos, el bebé búfalo estaba vivo porque la manada lo mantuvo a salvo.
La naturaleza siempre nos enseñará, pero estamos muy preocupados con cosas complejamente estúpidas para ocuparnos de cosas sencillamente maravillosas. Perdemos conciencia de la fuerza de nuestros lomos, de la fortaleza de nuestros golpes, nos olvidamos que nuestras cabezas deben estar agachadas en señal de humildad, pero jamás en señal de derrota, porque somos muchos, porque somos machos, porque salimos victoriosos de batallas contra un rival armado mientras nosotros solo tenemos un grito de libertad y un deseo de cambio.
Ahora sobrevivir era un negocio entre en bebe búfalo y la vida. Las heridas seguramente eran profundas, dolorosas y mortales, pero esa era su batalla, ese era su propio combate personal, evitar la muerte dependía de la buena fortuna que tuviera marcada en la palma de su mano o donde quiera que se marque la buena fortuna en los búfalos, pero la manada tenía una conciencia limpia, porque uniendo el esfuerzo, el coraje y hasta el mismo miedo, habían reaccionado y había dicho ¡No más! ¡Hoy no!... estoy seguro que la manada esa noche pudo dormir tranquila. Habían librado un Buen Combate.




Dado que no pude colgar el video, hay dejo el link, por si deseas verlo!!!>>>> http://www.youtube.com/watch?v=LU8DDYz68kM

miércoles, 8 de agosto de 2007

...los años no llegan solos


Regresé a mi lugar de origen. Eso ya lo conté hace días. Ahora les traigo de nuevo una historia sobre como está mi vida en este momento. No buscando consuelo, reproches o ayuda, sino porque mis pocos amigos deben saber que pasa por esta lejana galaxia, ¿verdad?
Antes que nada les contaré sobre un personaje que aparecerá obligatoriamente si alguien escribe mi biografía: mi abuela paterna. Se llama Luisa: única sobreviviente de una familia en la época que ella llama “de la violencia”; un gran parecido a Benedicto XIV, una facilidad enorme para aprender nombres y fechas; léxico de parlamentario, modales de monarquía al momento de servir una mesa; armadora de componendas y triquiñuelas contra mi Mamá para la época en que esta era una adolescente enamorada y con un bebé en camino. Madre idolatra de un hijo que nunca fue buen padre, por lo menos no conmigo.
Mi abuela Luisa siempre mostró predilección por toda la parte de la familia que tuviera como cimiento una bendición católica. Yo siempre he sido orgullosamente hijo natural.
Pero los tiempos pasaron y a medida que yo crecía, la familia paterna se movió hacia el norte, radicándose completa en la ciudad de Medellín, menos mis abuelos. Ellos se quedaron enraizados en una marejada de recuerdos, de calles que conocían perfectamente y de una casa que era lo único que tenían seguro.
Ahora mi abuela es una anciana. Ya no es ni sombra de la madrastra de Blancanieves que solía ser. Los años la encorvaron, la vida se le llevó el esposo, uno de sus dos hijos y los familiares en Medellín la relegaron a un lugar lejano en su memoria cuyo puente es una llamada de vez en cuando. Solo quedé yo, el hijo natural, el que lleva el apellido por batallas legales.
Me fui a vivir con ella, porque la vejez golpea fuerte y los años no son bondadosos; porque nunca germinaron los rencores que mi Mamá alguna vez me sembraba, cuando el niño crecía y la vida se hacía difícil; me fui a vivir con ella porque pensé que entre mi escaso tiempo libre, habría algo de tiempo que podía compartir con ella. Craso error. Desde el momento en que llego mi trabajo comienza con una interminable lluvia de palabras que la llevan a decir y a repetir y a recordar lo dicho y a comentar lo mismo que hace un segundo vimos en la televisión. Es la mujer más parlanchina que he conocido en mi vida. Si pudieran ver como habla y pregunta lo mismo una y otra y otra vez, aun cuando estoy en la cama, cuando me prende la luz para preguntarme si ya estoy dormido. Perdí lo más apreciado que siempre he tenido y es ese silencio que se convierte en una atmósfera prospera para pensar… para leer… pero en casa de mi abuela leer se volvió imposible!!! Por mas que trato de concentrarme en la lectura y hacer de lado su lluvia de frases constantes y arremolinadas, las paginas se convierten en un amplificador que zumba como moscardón errante y que me tiran de lado cuando llega la frase que repite a cada instante: “¿pero si me está poniendo cuidado?
Si abuela. Claro abuela. Así es el presidente abuela. Si abuela, eso lo acabamos de ver en la televisión. Abuela, ¿no te conté eso mismo ayer? No abuela, en el gimnasio no se enojan si uno falta. No abuela, en mi trabajo no tenemos donde colgar el Sagrado Corazón de Jesús.
En casa de Mamá se ríen cuando les cuento. Se divierten al ver como busco la paciencia necesaria para portarme caballerosamente y escuchar con atención lo que cinco minutos antes ha dicho la presentadora de noticias del canal nacional, ahhh porque aparte de todo solo ve las noticias en el canal de televisión con menos audiencia en Colombia. Mira el rosario en canal católico dos veces al día y las únicas películas que ve son aquellas donde NO se vea a las mujeres con faldas más arriba de los tobillos.
El pasado sábado se fue de viaje. Se fue a Medellín, visitar a su hijo, a sus nietos y a sus nueras. Esos que sí están respaldados por la mano de Dios y que viven en una ciudad donde todo es casi perfecto. Allá esta ella, con sus modales de superdotada y su paciencia infinita para preparar el almuerzo milimétricamente cortado y servido. Yo estoy recobrando fuerza y paciencia para su regreso, aprovechando su ausencia justo a tiempo para enredarme con Harry Potter and The Deathly Hallows y entendiendo lo valioso que puede resultar el silencio.

jueves, 2 de agosto de 2007

Apareamiento colectivo?


… nos sentamos en una mesa, en una concurrida avenida, tomándonos un delicioso café y hablando sobre las novedades cinematográficas que se anunciaban a lo lejos.
El celular de mi amigo sonó con un tono particular de esos que te sacan una sonrisa, aunque la de él se desvaneció al instante. Lo había llamado su novio (tres años de relación, la envidia de todos sus amigos y algunas lágrimas ocultas para seguirlo siento) a decirle que no podría llegarle a tiempo porque había encontrado un amigo en la oficina que “se la iba a mamar en el baño”.
Mi amigo me lo dijo con una sinceridad tan dura que venció mis raíces de civilización y libertinaje. Mil preguntas llegaban a mi cabeza. Yo, que había despedido al amor de mi vida por un engaño de proporciones mínimas, escuchaba la ligereza en las palabras de mi amigo, que miró a otro lado, concentrado en cosas lejanas y en su delicioso café.
Ahí estaba yo, a varios días y kilómetros de la cama donde amaneceré algún día, muerto de amor y de ganas, y al lado de un amigo al cual no sabía como hacerle las decenas de preguntas que tenía en la cabeza.
Después de algunas horas nos despedimos y caminamos en sentidos opuestos… él con la idea de llegar al apartamento decorado al gusto de dos, yo con la idea que no logré entender un amor tan descomplicado.
¿Podría llegar, en un momento dado, a entender el placer de mi pareja al punto de compartirlo antes que perderlo? ¿Es la sociedad moderna el trampolín a la libertad de los sentimientos y al apareamiento colectivo?
Mis sentimientos están muy arraigados a otras cosas, como la fidelidad (que a mi amigo puede parecerle egoísmo), como al placer común, como al complemento personal, espiritual y sexual con la persona con la que estás. Hablo de una relación establecida, de ago consolidado. No hablo del amigo sexual con el cual firmas ese pacto inexistente de complicidad y camaradería y al cual puedes eventualmente pedirle que te ayude a superar fantasías o a concluir deseos.
No soportaría una revelación tan precisa como la del novio de mi amigo, aun cuando muchos digan “pero ¿si tu pareja lo hace sin que te des cuenta?”… no se, esa sería su carga y no la mía, esa sería su mentira y no la mía.
Bajo ninguna figura juzgo o critico a mi amigo. Mi calidad de amigo, mi conciencia evolucionada y mi anhelo de ser “cero intolerante” me lo prohíben; pero no sería una realidad con la cual podría convivir. ¿Son libres mis sentimientos? ¿Es mi corazón demasiado celoso e impide mi crecimiento emocional y mi avance en cuestiones del amor? No lo se, son preguntas que la experiencia personal se encargará de responderlas, pero por ahora solo me recuesto en la silla que Mamá puso en el jardín, a mirar las estrellas, a buscar en ellas mensajes ancestrales y olvidados que alguien puso para mi, solo para mi, sin tener que compartirlos.