miércoles, 8 de agosto de 2007

...los años no llegan solos


Regresé a mi lugar de origen. Eso ya lo conté hace días. Ahora les traigo de nuevo una historia sobre como está mi vida en este momento. No buscando consuelo, reproches o ayuda, sino porque mis pocos amigos deben saber que pasa por esta lejana galaxia, ¿verdad?
Antes que nada les contaré sobre un personaje que aparecerá obligatoriamente si alguien escribe mi biografía: mi abuela paterna. Se llama Luisa: única sobreviviente de una familia en la época que ella llama “de la violencia”; un gran parecido a Benedicto XIV, una facilidad enorme para aprender nombres y fechas; léxico de parlamentario, modales de monarquía al momento de servir una mesa; armadora de componendas y triquiñuelas contra mi Mamá para la época en que esta era una adolescente enamorada y con un bebé en camino. Madre idolatra de un hijo que nunca fue buen padre, por lo menos no conmigo.
Mi abuela Luisa siempre mostró predilección por toda la parte de la familia que tuviera como cimiento una bendición católica. Yo siempre he sido orgullosamente hijo natural.
Pero los tiempos pasaron y a medida que yo crecía, la familia paterna se movió hacia el norte, radicándose completa en la ciudad de Medellín, menos mis abuelos. Ellos se quedaron enraizados en una marejada de recuerdos, de calles que conocían perfectamente y de una casa que era lo único que tenían seguro.
Ahora mi abuela es una anciana. Ya no es ni sombra de la madrastra de Blancanieves que solía ser. Los años la encorvaron, la vida se le llevó el esposo, uno de sus dos hijos y los familiares en Medellín la relegaron a un lugar lejano en su memoria cuyo puente es una llamada de vez en cuando. Solo quedé yo, el hijo natural, el que lleva el apellido por batallas legales.
Me fui a vivir con ella, porque la vejez golpea fuerte y los años no son bondadosos; porque nunca germinaron los rencores que mi Mamá alguna vez me sembraba, cuando el niño crecía y la vida se hacía difícil; me fui a vivir con ella porque pensé que entre mi escaso tiempo libre, habría algo de tiempo que podía compartir con ella. Craso error. Desde el momento en que llego mi trabajo comienza con una interminable lluvia de palabras que la llevan a decir y a repetir y a recordar lo dicho y a comentar lo mismo que hace un segundo vimos en la televisión. Es la mujer más parlanchina que he conocido en mi vida. Si pudieran ver como habla y pregunta lo mismo una y otra y otra vez, aun cuando estoy en la cama, cuando me prende la luz para preguntarme si ya estoy dormido. Perdí lo más apreciado que siempre he tenido y es ese silencio que se convierte en una atmósfera prospera para pensar… para leer… pero en casa de mi abuela leer se volvió imposible!!! Por mas que trato de concentrarme en la lectura y hacer de lado su lluvia de frases constantes y arremolinadas, las paginas se convierten en un amplificador que zumba como moscardón errante y que me tiran de lado cuando llega la frase que repite a cada instante: “¿pero si me está poniendo cuidado?
Si abuela. Claro abuela. Así es el presidente abuela. Si abuela, eso lo acabamos de ver en la televisión. Abuela, ¿no te conté eso mismo ayer? No abuela, en el gimnasio no se enojan si uno falta. No abuela, en mi trabajo no tenemos donde colgar el Sagrado Corazón de Jesús.
En casa de Mamá se ríen cuando les cuento. Se divierten al ver como busco la paciencia necesaria para portarme caballerosamente y escuchar con atención lo que cinco minutos antes ha dicho la presentadora de noticias del canal nacional, ahhh porque aparte de todo solo ve las noticias en el canal de televisión con menos audiencia en Colombia. Mira el rosario en canal católico dos veces al día y las únicas películas que ve son aquellas donde NO se vea a las mujeres con faldas más arriba de los tobillos.
El pasado sábado se fue de viaje. Se fue a Medellín, visitar a su hijo, a sus nietos y a sus nueras. Esos que sí están respaldados por la mano de Dios y que viven en una ciudad donde todo es casi perfecto. Allá esta ella, con sus modales de superdotada y su paciencia infinita para preparar el almuerzo milimétricamente cortado y servido. Yo estoy recobrando fuerza y paciencia para su regreso, aprovechando su ausencia justo a tiempo para enredarme con Harry Potter and The Deathly Hallows y entendiendo lo valioso que puede resultar el silencio.

4 comentarios:

Rosa dijo...

Que puedo decirte, sino que admiro tu bondad y tú paciencia. Sé bien cuán difícil es cuidar un anciano. Hay que buscar paciencia de dónde no se tiene y a veces se nos acaba y dan ganas de coger tren a cualquier parte. Amigo mío, pienso que la oblligación de cuidar de tu abuela no debe ser exclusivamente tuya; debe quedarse un tiempo en Medellín, y otro tiempo contigo.
Todos necesitamos un espacio, un rato a solas, un poco de silencio; de lo contrario es imposible seguir y caemos en el stress.

Un beso siempre

salva dijo...

El valor del silencio no deja de ser paradójico, sino acaso contradictorio, por un lado lo añoramos cuando nos vemos inmersos en un torrente de palabras que no dicen nada y deseamos que nos dejen tranquilos con nuestras propias reflexiones, pero por otro lado cuando nos encontramos solos, el silencio nos pesa como una losa, todo depende del momento ¿no crees?.

No sé imaginando lo que nos has contado no he podido evitar pensar (perdona si me equivoco) que antes de que tú llegaras tu abuela hablaba sola conisgo misma y se formulaba las mismas preguntas incesantemente, a lo mejor es que le tiene pánico a la soledad y estar hablando de forma continua contigo le hace sentirse bien y ser consciente de que no está sola.
De todas maneras ¡paciencia! y disfruta ahora del silencio, y cuando venga escúchala y hazle sentir que no está sola, supongo que hablar tanto contigo es una manera indirecta de decirte que te quiere.
Besos!

Cyllan dijo...

Je, que paciencia tienes, de santo diría yo. Pero los abuelitos de uno son así verdad? y uno les perdona todo.
Pero tú también has salido un poco parlanchín nooo?? Tú has visto cuanto escribes por aquí?? jajaja.
Bss.

senses and nonsenses dijo...

cuando te falte la echarás de menos, ...que es lo que suele pasar con las abuelas.

un abrazo.