jueves, 16 de agosto de 2007

fue solo una mala noche...


Siempre quise que me hicieran participe de un Meme… ya saben aquellas cadenas que se envían entre los blogs con un tema definido, pero nunca me hicieron partícipe de alguno.
Hoy voy a inventar mi propio meme, y lo voy a hacer con un tema no muy agradable. Sin obligarte, simplemente si te quieres unir a él.
Hay noches que no son tan placenteras, noches que el sueño no llega, noches de insomnio, noches de tormenta, contradiciendo a Sabina, no todas las noches son noches de boda ni todas las lunas son lunas de miel (que maestro ese Sabina).
5:30 p.m. Salí de trabajar con mi prisa constante para llegar a la casa y comer algo. Pero antes de llegar me contaron que Mamá no estaba, había ido a acompañar a mi abuela (Luisa) al hospital, ya que mi abuelo, delicado de salud desde hacía meses, años quizás, había sufrido una recaída.
No sabía que hacer, el estomago me recordaba que no había almorzado, pero el sentido común me llevó a tomar un autobús de media hora y dirigirme al hospital. No me gustan los hospitales, creo que a nadie le gustan, siempre hay prisas, estrés, gente que llora, gente que se queja, más aun si estás en el área de urgencias como era mi caso. Con mi llegada, Mamá concluía su función de buena samaritana y Luisa debía regresar a casa con ella por obvias razones. Ahora era mi deber seguir al lado de mi abuelo, completamente disminuido y reducido para ese momento. Estaba acostado en una camilla sin sabanas, entre una señora con las varices reventadas y un anciano mudo. Luís Ángel desde hacía dos días tampoco hablaba (si, curiosamente mis abuelos eran Luís y Luisa) pero para conseguir la atención, chasqueaba los labios de una manera que me aterraba, así que prefería no descuidarlo ni un momento. 7:30 p.m. Nos trasladaron a una clínica en Cali (una hora de camino) dada la mala condición que revelaban los exámenes de Luís Ángel, pero no sería hasta las once de la noche que lograríamos salir, porque como es usual, las ambulancias nunca están disponibles cuando se requieren. 12:00 a.m. Llegamos a la clínica en Cali, donde me dejaron en la sala de espera con Luís Ángel que se quejaba demasiado, el frío me destrozaba de pie contra la camilla, mientras pude ver que mi abuelo también podía sentir el rigor de la mala noche que estábamos pasando. Hable con más de cinco enfermeras, de esas que se creen de mejor familia que los pacientes, pero ninguna pudo conseguirme algo para arropar a Luis Ángel.
02:00 a.m. La situación con Luís Ángel se tornaba cada vez más dramática, nos ubicaron entre decenas de personas en similares y peores circunstancias, todas a lo largo de un único pasillo que me recordaba aquellos lugares de refugiados después de una calamidad. El dolor no pasaba, las manos de mi abuelo estaban apretadas contra su pecho y yo trataba de concentrarme en él mientras la gente corre y dice que una señora vomitó sangre cuando iba al baño. Yo no quería ver, yo no quería estar ahí, yo no quería a ese Luís Ángel tan disminuido y que ya nunca podría contarme historias de esa legendaria Manizales donde había nacido 80 años atrás. No fue el mejor abuelo del mundo, pero tampoco fue la figura rígida que había sido Luisa. El simplemente era un anciano alegre y enamorador que ahora se encontraba en una camilla, cubierto con mi camisa e incapaz tan siquiera de quejarse del dolor que lo estaba matando. 03:00 a.m. El medico nos atendió y simplemente se limitó a escuchar lo que yo hablaba. Ni siquiera tocó a mi abuelo. Era un medico gordo con apariencia de perro bravo. Según sus instrucciones le pusieron líquidos a Luís Ángel los que nunca supe qué eran, pero que le fueron cambiando de a poco la expresión de dolor. Ahora mi abuelo miraba todo con una expresión de asombro, como si tratara de descifrar donde se encontraba o porqué estaba ahí. Estoy seguro que tampoco me reconocía porque me miraba con la misma expresión de extrañeza. Las señora que estaban alrededor se acercaron a decirme debía buscar una cobija para él, porque estar simplemente con una camisilla me haría daño. Comenzaron a hablar de sus propias calamidades, de las negligencias del personal de la clínica y de la insuficiencia médica para atender tal cantidad de urgencias. Yo solo escuchaba, no podía hacer o decir nada, solo escuchaba. 04:05 a.m. Luís Ángel no podía respirar, movía descontroladamente las manos tratando de tomar el aire que no le llegaba y su mirada se perdía entre las blancas paredes y las caras aterradas de las señoras que trataban de ayudarme. Yo no podía pensar, ni siquiera podía actuar, hasta que Luís Ángel dejó de moverse e inclinó la cabeza, en el preciso momento que llegaba de nuevo el medico con cara de perro bravo y le tomaba el pulso. Mi abuelo había muerto. Una enfermera me entregó tres sabanas para que cubriera el cuerpo, las mismas sabanas que había buscado toda la noche para evitarle el frío, y me entregó los papeles con una orden tajante y despectiva: “llévelo a la morgue, por el pasillo derecho”. Tape el cuerpo, me despedí de las señoras que me miraron con una mirada de tristeza y lastima mientras la más ancianita se acercó a mi y me dio un beso en la mejilla. El nudo en la garganta fue inmediato, pero no era por Luís Ángel, a quien el cáncer le había hecho desear la muerte desde hacía tanto tiempo, sino por miedo, porque comprendí que tuve miedo desde el mismo instante en que Mamá y mi abuela me dejaron solo. Caminé por un pasillo largo y macabro, estrecho y sin puertas, con el sonido de un radio mal sintonizado en algún lugar y con la camilla incontrolable chocándose contra las paredes. En la morgue, un señor me recibió primero los documentos, selló los que me devolvió y entró la camilla, tirándola hacia otras que estaban en un rincón, y que chocaron como bolas de billar las unas con las otras. “espere por la puerta de atrás para recibir el cuerpo”. 05:15 a.m. La puerta de atrás era por el mismo lugar de salida de desechos, pero las puertas estaban cerradas, aun estaba oscuro y yo debía simplemente esperar. Me senté en el suelo, recordé el hambre, y con la camisa en la mano me puse a llorar. Aun tenía miedo, miedo de la noche en una ciudad tan grande y tan sola. Miedo de los habitantes de las calles que me miraban con la misma mirada de de tristeza y lastima que me habían regalado las señoras. Miedo de estar solo. Miedo de la muerte que por primera vez había encontrado tan cercana. Miedo de esperar, esperar el fin de esa larga noche, que se prolongaría conmigo, sentado en el suelo, hasta las nueve de la mañana.

Ahora, ¿Quieres que te ayude a cargar con una mala noche? Hablame...

11 comentarios:

Anónimo dijo...

No soy partidario de las cadenas y sinceramente al leer el post se me ha venido a la cabeza una situacion muy parecida y que me toco vivir y que prefiero enterrar en mi interior y no recordarla.

Gracias por pasarte por mi blog

1 abrazo

sinuhe dijo...

Si, solo sería una mala noche, pero de esas que no se olvidan mientras vives ¿ verdad ?.

Un saludo.

salva dijo...

Lo peor no es la noche en sí sino ver como alguien que ha sido importante en tu vida, que conociste lleno de vida va menguando y eres consciente de su declive, lo peor es observar como poco a poco los ojos pierden el brillo, pierden el mundo de vista mientras mengua su vida.
Y te entiendo perfectamente, la sensación de soledad, de fugacidd del tiempo, de desamparo, de impotencia, el cansancio físico y mental, la asunción de la noticia y enfrentarse a todo solo, formularse preguntas sin que nadie las oiga, la incomprensión de las personas que nos rodean.
Son muchas sensaciones al mismo tiempo, en una noche.

Me has emocionado DArk!

un-angel dijo...

Creo que me sumaré a algún comentario anterior, angel oscuro. Mi mala noche no deseo revivirla.
Un abrazo.

Corazón Deshabitado dijo...

Es mejor no recordar tus malas noches, lo mejor que puedo hacer es guardarlas en el cajón del olvido, y dejar pasar los malos ratos de ese momento… pero también abecés es necesario recordarlas, no solo para saber que hiciste… sino para analizar lo que no hiciste y deberías de haber hecho.

Saludos

Francisco García dijo...

Yo entiendo que quieras expresar todo esto porque dentro de uno mismo ahoga. Es valiente también que lo hayas compartido arbiertamente.
Mucho ánimo.

hermes dijo...

He vivido más de una noche como esas y recordarlas me hace darme cuenta y valorar lo que tengo en estos momentos.

Un saludo

Anónimo dijo...

Qué relato tan bárbaro... Lo único que ocurre es que las letras están demasiado pequeñas y cuesta leer.
Salud y Libertinaje

Cyllan dijo...

Hola Dark, yo no quiero revivir mis malas noches, lo siento, desde luego no ahora. Ni mucho menos tengo ganas de elegir una de ellas. Ese desamparo que describes es horrible, no quiero recordarlo ahora. Me pregunto por que has querido recordarlo tú.

JfT dijo...

Hola Dark, aquí estoy... Tu relato de aquella noche en que tu abuelo se fue me ha emocionado, amigo... Recuerdo la madrugada en que mi padre falleció, viajando en un taxi hasta su casa, enojarme de manera infantil porque la ciudad toda era indiferente a su partida... como lo es y será a la de todos. Así, siempre.

JfT

BELMAR dijo...



NICOLÁS VOLVÍO A INMISCUIRSE EN LA VIDA DE TODOS -INCLUYENDO FALLECIDOS- LLEGÓ JUNTO AL TORRENTE DESATADO POR RICCI Y SU TORMENTOSA INTERPRETACIÓN DE UN PAR DE CAPRICHOS DE PAGANINI... LA OSCURIDAD DE LA NOCHE LO TRAJO DE VUELTA A LA VIEJA CASONA Y AHORA LA CLARIDAD MATINAL DESATÓ SUS PASIONES Y LES DEJÓ EL DESAFÍO DE DESARROLLAR SU LEIT MOTIV DE PLACER VOYERISTA Y SANGRE DERRAMADA...

Desde www.nicolaspoetamaldito.blogspot.com/ & www.elgitanoardiente.blogspot.com/

«Las sábanas rezuman otras vidas y otros cuerpos mientras el amanecer trae nueva jornada de adicción y desvelo...»

BELMAR