viernes, 25 de abril de 2008

Sobre el arte de contar cuentos VII

Cuando María Pía vio al cura elevarse por los aires, sintió que un bloque de tres toneladas se quitaba de su espalda. La concurrencia agitaba pañuelos y lanzaba adioses mientras que Maria Pía se enfrascaba en una profunda y sincera plegaría al cielo para que aquel hombre nunca tocara el suelo de nuevo.
Mil globos pegados de la espalda del sacerdote lo alejaban de toda realidad terrenal y lo llevaban mas cerca del dios que se había llevado el sueño de Pía desde una semana atrás.
Todo empezó el domingo anterior cuando, invadida por un acto de sinceridad cristiana, Maria Pía le dijo a su confesor lo único que nunca en la vida había logrado traducir en palabras; de rodillas frente al hombre de mirada amable comenzó con un torbellino incontenible de frases, de susurros y de lagrimas para explicar completamente la falta que había cometido, buscando por momentos la mirada del cura, quien reclinado sobre el brazo de la silla cubría los ojos cerrados con unos dedos juveniles y delicados.
María Pía terminó ese río implacable de verdades completas y terminó libre de las ataduras que ellas le representaban. Con la cabeza agachada, la mujer esperaba la bendición del párroco, quien no daba señales de haberla escuchado y ni siquiera dejaba la certeza de estar despierto.
Maria Pía subió lentamente la mirada por la abultada humanidad del cura hasta encontrar unos ojos fijos en ella. La invadió un temor absoluto ante ese hombre y lo que para ella representaba y volvió a agachar la cabeza justo en el momento en que el padre se ponía de pie, le acarició suavemente la cabeza y la dejó ahí, en el medio de la nada física y espiritual.
¿Acaso su falta no merecía perdón? ¿Acaso no había en ella, después de tantos años, los padrenuestros suficientes para reparar su error? María Pía esperó eternos instantes para el regreso del cura, algo que nunca ocurrió. Un sacristán de aspecto descuidado cerraba las puertas cuando la mujer dejó la iglesia y se subió al tren de su propia desesperación católica. Su culpa no había sido perdonada..
Los días y las noches se convirtieron en una insoportable continuidad de momentos sin descanso, tratando de envolver la madeja de acontecimientos, de culpas frenéticas, tratando de sentirse menos mala sin lograrlo. La hipocondría moral la estaba destruyendo por dentro y no lograba hacer nada contra ello.
Aurelio, acostumbrado al vaivén emocional de su esposa y sospechando que la menopausia había llegado a cumplir con su función natural, no preguntó absolutamente nada; en silencio la observó cortar pepino, llorando como si fuesen cebollas; en silencio le calmó los cuarenta y pico de fiebre que le subieron el jueves en la noche y en silenció se encargó del almuerzo de Paula, el viernes que su esposa no se paró de la cama.
- Dicen que el padre se va el domingo – dijo el hombre mientras le acercaba una limonada en un vaso transparente y mal lavado. Pía lo miró asustada, tratando de identificar algún tipo de suspicacia en las palabras de su marido, pero el la miró con un aire de piedad inconfundible.
- Y eso ¿para dónde? – dijo Maria Pía, fingiendo desinterés.
- Se va a colgar de un manojo de globos y se va a ir a recorrer el mundo.
Maria Pía miró incrédula a su esposo; siempre había visto al padre como un hombre de fe con ideales terrenales, pero aquella travesía tenía banda sonora de caricatura. Fue entonces cuando Pía comenzó una oración profunda, rogándole al Dios que la miraba desde el otro lado de la pared, que aquel hombre nunca regresara, que se perdiera junto al perdón que le había negado, que se quedara en ese mundo lejano que habitan los hombres santos y la dejara a ella con su miseria y sus dolores en el alma, sin la necesidad de verle cada domingo con su mirada amable y sus manos juveniles.
Varios días después, reestablecidos los ánimos y contenidas las ganas de llorar, Maria Pia ingresó a la vigilia, del brazo de Aurelio y acompañados por Paula. Al fondo se podía observar una enorme foto del cura, colgado de la multicolor nube de globos y sonriéndole a la multitud con su dentadura natural y su mirada amable. Todos se pusieron de pie cuando el cura auxiliar comenzaba una larga jornada de oraciones que giraban en torno del feliz regreso de su capellán. Pero las oraciones tenían una fuerte oposición; de todo corazón, de rodillas entre su esposo y su hija, Maria Pía rogaba al Dios crucificado en el altar que el párroco nunca jamás regresara a tierra firme.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

.... Dejas volar mi imaginación, tratando de deducir que falta tan grave pudo haber hecho María Pía...????

JP dijo...

Genial!!!

A veces me siento como el cura... A veces como Pía y a veces como el vaso de limonada mal lavado...

Ciertamente me gustaría encostalarle mis penas a una persona y dejarla ir con el viento de agosto... pero como no se puede... pues ni modo.

...será buscar un cura gay...

El Anónimo tiene razón, que tipo de cosas atormentarán a Pía como para desear eternas y ventosas fluctuaciones en el trasegar del cura por este mundo?

Marga dijo...

Pobre María Pía, rogando con todas sus fuerzas para que el cura no vuelva a pisar tierra firma.

Me pregunto, aunque creo intuir, el porqué de su sufrimiento.

¿Nos lo contarás verdad?

Besotes

Rosa dijo...

Una palabra hubiera bastado para calmar el atormentado espirítu de María Pía... pero solo silencio.
Y quizá sea mejor que se vaya con su santidad multicolor y no vuelva a pisar tierra firme, donde los humanos somos humanos, y necesitamos perdonar y ser perdonados.

Gittana dijo...

que se necesita para calmar a María Pía???

Fernanda Irene dijo...

Por cierto, ¿han encontrado ya al cura brasileño que se fue volando? A partir de un hecho real formulas tu hipótesis en forma de relato. Bueno, quizá María Pía exista de verdad, tan de verdad como el cura con afán de protagonismo que no sabía manejar el GPS.

Saludos

Vulcano Lover dijo...

Lei la historia (la real) en el periódico, y me conmocionó, también me vinieron a la cabeza varias historias... pero la tuya es la más interesante que puedo pensar... Me encantó. Cómo haces para escribir tan bien... De verdad, tienes muchísimo talento, deberías hacer algo con él.

Besos.

jhon dijo...

Habría razones reales para alterarse ...?

Excelent, as good as the author

Regards

JHON

Monchis dijo...

Hola Dark,

Yo también escuché la noticia del cura brasilero que seguramente inspiró tu relato.

Lo que me deja pensando tu relato es sobre la posibilidad real de olvidar nuestros pecados y nuestros errores.

Que tal que nosotros pudiéramos simplemente colocar nuestros resentimientos, nuestros miedos, las malas experiencias y hasta nuestros pecados inconfesables en una urna y luego echarlos a volar en un globo para una mas volverlos a ver?

Ojalá pudiéramos hacer eso.... seríamos mas confiados, desprevenidos.... y felices.

Saludos,