Ayer Colombia estuvo en lo que nuestro Presidente llamó La Fiesta Democrática. Las elecciones de alcaldes, gobernadores y diputados dieron rienda suelta a los deseos de cambio de algunos, de poder de otros y de dinero de los demás.
Ya les conté que hace más de dos meses me mudé a un pueblito donde todo ocurre sin mayores pretensiones, sin que nada afecte la gris armonía de su gente, pero las elecciones de ayer caldearon los ánimos. El candidato A (véase el candidato con mayor aceptación popular) era el ganador hasta las 6 de la tarde. Las personas gritaban arengas, quemaban voladores y se sentía la alegría de quien recibe la recompensa a todo el esfuerzo de una agotadora campaña. Pero a las 7 de la noche sorpresivamente el ganador fue el candidato B, un pupilo del actual alcalde y continuador de una obra muerta y sin destino. Hubo desconcierto, se callaron los voladores, las caras largas y las explicaciones buscadas infructuosamente eran el común denominador de la noche.
Pero esos gatos ya habían lastimado mucho a quien los amamantaba, era hora que el pueblo lánguido y desangrado se negara a seguir amamantando esos hijos ingratos que ni siquiera habían nacido de sus propias entrañas.
Vi la muchedumbre llegar hasta el lugar de reunión de lo ganadores. Vi negros, indios, pobres, adinerados, jóvenes, viejos… todos exigiendo una explicación, inicialmente en forma pacifica, pero llegó un momento en el que el silencio de las autoridades avivó la impotencia de la gente, convirtiéndola en una fuerza incontenible que comenzó a descargar la ira en un auto, que terminó volcado frente al lugar de resguardo de los entonces atrincherados ganadores. Las piedras volaban, la gente corría, los gritos enardecidos pedían quemar las casas de los “tramposos” y la anulación de los “comicios fraudulentos”. La madre que los había amamantado por tanto tiempo estaba cansada, los pechos adoloridos de un pueblo manaban sangre y era hora de destetar esos hijastros traidores y aprovechados.
Pocas veces he hablado de política en mi espacio, pero hoy no vine a hablar de ella, hoy hablo de elecciones, del cansancio de la gente, de las decisiones mancilladas por las conveniencias de unos pocos, de las limosnas que alimentan a muchos para poder entregar los millones a unos pocos. Los pobres son cada vez más pobres para poder hacer a los ricos más ricos, entonces es cuando justifico que el pueblo levante sus carteles, componga sus arengas y se lance a las calles a hacer valer sus derechos.
¡A la carga! A defender el divino derecho de elegir los destinos del pueblo, de elegir quien guiará al pueblo hacia un futuro próspero. ¡Que se levanten las multitudes y las madres salgan a defender el mundo que habitan sus hijos! Que la legitima defensa comience en los pueblos olvidados por las leyes y el progreso, para que se extienda hasta los últimos rincones de una republica creada para proteger a sus habitantes. ¡Que los hombres y mujeres luchen por el pan de sus hijos, pero nunca al nivel de los perros terroristas de la guerrilla y los paramilitares, que masacran campesinos y corrompen las universidades, demoliendo el pueblo que dicen proteger! Que la lucha no sea contra la policía y los hombres dignos que se ganan la vida protegiendo las entidades, no; que la lucha sea demoliendo las ideas retrogradas, evitando que los hijastros malagradecidos sigan succionando la savia de vida que corre por las venas de los pueblos dignos y pequeños; que prime el deseo del pueblo y que este verdaderamente sea superior a sus dirigentes. Que nunca sea la voluntad del mismo pueblo la que deja caer la guillotina sobre su cabeza. Quizás las banderas y los gritos no sean la mejor manera de imponer la decisión popular, pero ¿Qué hacer cuando la diplomacia ignora a los que hablan despacio porque hablan desde la pobreza?
Aun no sabemos como termina esta historia. La calma ha regresado después del anuncio de comisiones para una minuciosa revisión de las elecciones locales; solo queda esperar que la memoria popular no sea volátil y que no se acepten las conveniencias de unos pocos, engordados con el dinero de todos.