jueves, 24 de enero de 2008

Sobre el arte de contar cuentos

Cuando David el Mago llegó a la casa de mi abuela – según su versión de la historia – no era más que un costal de huesos que se ganaba la vida recorriendo pueblos pequeños con un viejo circo de trapecistas famélicos y perritos bailarines muertos de hambre.
Los circos siempre llegaban con su algarabía de carnaval al potrero cercano que hacía las veces de cancha de fútbol. Desde el mismo momento en que los viejos camiones asomaban en la distancia, los niños barrigones de piernas sucias y rodillas raspadas gritaban la noticia con la emoción genuina de quien por vez primera ve un eclipse de sol. Los circos eclipsaban la monotonía en un lugar donde nunca ocurría nada.
La carpa remendada se levantaba con sus banderas descoloridas y rotas la misma tarde que llegaban y los artistas comenzaban una peregrinación por el vecindario buscando donde poder alimentarse o donde les podían alquilar el baño para el aseo personal en la semana que presentarían actos; así fue como David el Mago llegó a la casa de mi Abuela, escoltado por mis tíos quienes exaltados, reían y guiaban al hombre de sonrisa descuadrada y mirada profunda.
– Mamá – dijo con un aire solemne el mayor de mis tíos – él es un mago y necesita un baño donde poder cumplir sus necesidades. Él le paga –
Mi abuela los miró sin saber si echarse a reír o sacarlos a escobazos de la casa, David el mago la miró expectante y mis tíos la miraban con ansiedad infantil; mi abuela retomando su cara seria y alargada le dijo con brusquedad: “¿Y usted como piensa pagarme el agua?”
David el mago no respondió, se estiró y tomo el periódico que la Abuela usaría para castigar al perro y tomando una hoja la hizo desaparecer en una llamarada mostrando por detrás del humo y el asombro del pequeño publico un fabuloso billete nuevo. Mi abuela le arrebató el billete tal y como David el mago lo había hecho con el periódico y sin quitar los ojos del preciado tesoro dijo a media voz – puede usar nuestro baño, pero eso si tiene que comer en otra parte –
Mis tíos saltaron de alegría, David el mago agradeció y aclaró que él era el único de su grupo de artistas que no requería lugar de alimentación porque hacía muchos años tenía una estricta dieta de agua y conchas de caracol. Mi abuela despegó los ojos del billete ante tal afirmación y lo miró con un filo de sorpresa, pensando que quizás la alimentación era el secreto para convertir el periódico en billetes.
Las filas nocturnas para entrar al circo eran fabulosas, decenas de personas se agolpaban a la entrada entre las maquinas de algodón de azúcar y el olor a palomitas de maíz calientes; las débiles luces de colores le daban al circo un aire triste a gloria perdida, pero no era eso lo que los niños veían, ellos con sus narices sucias y sus grandes barrigas llenas de parásitos observaban maravillados el lugar donde todo era posible. Mis tíos atrapados en esa etapa donde no se es lo suficientemente adulto para dejar de ser niño, subieron por las tablas inestables hasta ubicarse en la parte más alta de la improvisada silletería, sentaron a mi Mamá aun niña y se dispusieron a cambiar de planeta.
Para la media noche, cuando todos estaban saliendo de la carpa, los ánimos de trabajar en el circo invadían las frenéticas mentes infantiles que se imaginaban ataviados de los zapatotes de payaso, volando por los aires como gavilán sin alas o quizás, en el mejor y mas erótico de los casos, casados con la chica aquella que bailaba con una serpiente y que se estaba hospedando en casa de las Gonzáles, unas solteronas presumidas que tenían rodeados las paredes de su patio trasero con alambre de púas y pedazos de botellas de vidrio, muy efectivos para resguardar la privacidad según comprobaron muchos que quisieron verificar si era cierto que la chica aquella ensayaba cada día su rutina con la serpiente.
El circo se quedó una semana más de lo planeado, las multitudes nocturnas que se agolpaban como polillas alrededor de la llama no menguaban, por el contrario, el furor y la afición por el circo parecía apoderarse de las febriles mentes infantiles que aprendían cada frase repetida, cada acto ejecutado, cada movimiento mínimo era memorizado con impecable detalle. – ¡Ojala así te aprendieras la tablas de multiplicar! – gritaba desde la cocina mi abuela mientras el menor de sus hijos había improvisado una carpa en un árbol con una toalla vieja y ejecutaba actos de trapecio entre las débiles ramas que amenazaban una caída inminente. La magia del circo había invadido cada rincón del popular barrio pero al interior de la carpa la magia no se había vuelto a encontrar. David el Mago había comenzado a frecuentar la cantina y esa, al parecer, era la perdición de los hombres capaces de transformar periódico en billetes; las señoras iban presurosas a la misa y se persignaban al ver a David el Mago tirado con medio cuerpo adentro y medio cuerpo afuera del lugar de mala muerte; los niños iban a estudiar y observaban con asombro como aquel hombre, que días atrás era halado por una varilla que le atravesaba la boca, ahora era ayudado a caminar por las gemelas contorsionistas que se veían mas frágiles a la luz de pleno día; los únicos felices por la nueva condición alcohólica de David el Mago eran los hombres que llegaban con montones de periódico para comprobar con fascinación como aquel hombre a medio destruir era capaz de sacar de la nada no solo billetes nuevos, sino certificados de bachiller, escrituras publicas y libretas militares de primera.
– El trago es la perdición de los hombres – dijo mi Abuela con tono sarcástico mientras mi abuelo bebía agua a grandes cantidades después de una noche de parranda – así sean capaces de convertir el pan en oro –
Una mañana el circo había levantado sus estacas y se había marchado envuelto en un hermetismo que contrastaba cruelmente con la algarabía de la llegada. Los pocos que los vieron partir aseguran que tuvieron que subir a David el Mago en estado de inconciencia total, producto de una memorable borrachera de veinte horas. Las noches volvieron a su calma impasible, los hombres regresaron a sus infinitos juegos de dominó, las señoras a sus cotorreos incesantes y los niños a la fantasía de fugarse con el circo el día que los castigaran de nuevo.
Hoy todos los han olvidado, solamente queda la impotencia de mi Abuela quien recuerda que al buscar el dinero que le había dado David el Mago, solo encontró cenizas.

12 comentarios:

Monchis dijo...

Hola Dark,

Exelente!!

Que hermosa y tierna historia... me rememora el realismo mágico de alguien demasiado genial para ser mencionado por mi que soy un simple aficionado a leer y escribir tonterías.

Es que esta tierra es mágica, desde la ciudad rodeada de montañas verdes y brisas primaverales, o aquella otra encaramada en lo alto del altiplano o alguna mas en el ardiente calor ribereño que no está realmente tan alejada como si estuviera en otra galaxia.

Quienes tienen el talento para contarlo y escribirlo tienen un deber con el porvenir, no puedes dejar que esos sueños se escapen y en el lejano futuro lo único que sea recordado de nuestro tiempo sea la irracionalidad de nuestros conflictos y la ceguera para encontrar soluciones.

Un abrazo,

JP dijo...

Clap, clap, clap!

Este escrito vale oro.

Excelente, como dice Monchis, solo que esa palabra no alcana para describir este post.

A veces olvidamos la magia que de niños nos embargaba y noc hacia ceer en lo increible. Noto en ti la nostalgia por recuperar esa magia, como buen primiparo no ta has dado cuenta que la magia esta en ti, en tus alas, en estas letras... cuando aprenderás?

JP dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

y muy contenta..extasiada en la ternura y execelencia de tu post te felcicitodesde mi pais del nunca jamas... la memoria es la unica manera de no dejarnos morir... de no hacer un luto infante... aplausos¡¡ y te espero en mi nunca jamas...

hermes dijo...

¡ Me dejas con la boca abierta !, como decimos por mi tierra, amigo, cada vez escribes mejor y sabes contar con una facilidad increible historias sencillas que narras con una magia como tu solo sabes.

Un abrazo

LuLLy, reflexiones al desnudo dijo...

Desde mi blog: Reflexiones al desnudo

Me encantan los relatos con los abuelos, de una u otra forma me lleva a recordar a mi abuela materna, para mí era una Santa.
Buen fin del relato con cenizas.

Besos amistosos para tí Sergio!

Anónimo dijo...

La magia es igual a la fe, se nace con ella, se vive la infancia con ella; pero con el correr de los años nos olvidamos de eso que alguna vez tuvimos. Los afanes de la vida nos alejan de ese detalle escencial, uno que puede hacer nuestras cargas mas ligeras.

Se puede recuperar, hay que trabajar por ello.

Sixpence Notthewiser dijo...

Me has envuelto en esa magia que te remueve de una vida menos que exquisita y te remonta a otro nivel. Sigue, sigue escribiendo. Que yo te sigo leyendo.

Max dijo...

Que maravilla querido Angel.
Esta historia que puede ser un sencillo recuerdo de niñez para cualquiera, es magia contada por tí. Y lo mejor: no es ceniza, sino oro puro.

CRISTINA dijo...

Muy bonito, DArk. Lleno de magia.
Besos.

Paulafat dijo...

Me encanta tu historia, me dieron ganas de ir al circo. La mezcla de algo tan fantástico como éste y de algo tan bajo y real como el licor y las toallas viejas.

Un abrazo.

Rosa dijo...

Estupendo relato, la magia de un pobre circo que se convietrte en una maravilla para unos muchachos,en sus anhelos y sus sueños, lástima que nuestro mago al igual que su mejor número convirtiera su vida en cenizas.

Un besito