miércoles, 20 de febrero de 2008

Sobre el arte de contar cuentos IV

Era el segundo cigarrillo que Maritza se fumaba en menos de una hora.
El sabor oscuro y salitre le llenaba la boca con desagrado, pero solo así lograba enfocar su rabia sin tener que gritar como si de repente hubiese perdido el juicio.
Maritza miró su propio reflejo en el espejo retrovisor y le pareció ridícula verse con esas gafas oscuras y ese pañolón en la cabeza. Los usaba porque así se lo recomendó Diana quien a su vez lo había visto en una telenovela; – Cuando se va a la cacería del marido – dijo Diana con propiedad – para encontrarlo con “la otra”, se debe usar unos grandes lentes oscuros y una pañoleta para evitar ser reconocida – Maritza obedeció aunque no quedó muy convencida, sobre todo teniendo en cuenta que Esteban reconocería a kilómetros el carro que aun no terminaba de pagar.
Esa mañana igual que todas las mañanas, Esteban había salido sin dar clave para sospecha alguna, dejó su aroma de perfume costoso al acercarse para despedirse con un beso mientras ella fingía continuar adormecida; la verdad es que solamente había logrado dormir retazos de una noche que se le hizo larga y compleja. “Si quiere ver con quien se acuesta su marido, sígalo por las mañanas, cuando sale para la oficina” fueron las palabras que le dieron vueltas en la cabeza una y otra vez mientras Estaban, lejano de sus preocupaciones, dormía placidamente a su lado.
Un tercer cigarrillo puso en alerta a Maritza y le cambió los pensamientos; no podía convertirse de nuevo en un ser que orbita alrededor de un cigarrillo por un problema familiar, siempre resultaba en lo mismo, igual le sucedió cuando Mario se fue de la casa tres años atrás, fumaba por la incertidumbre de no saber donde pasaría la noche su pequeño, por el temor de que las cosas le salieran mal, pero sobre todo, fumaba a escondidas desde entonces para conseguir orgullo y no salir a buscarlo a decirle que regresara a la casa, que ella lo querría con todos los defectos que pudiera presentar; no, ese fue un lujo que Maritza no se pudo permitir.
Pero... Esteban no podía haberse convertido en un hombre infiel de la noche a la mañana!, esa era la mayor contrariedad que la embargaba. Ese hombre que cada mañana la despedía con un beso, que no olvidaba las fechas, que resultaba la envidia de sus amigas, no, ese hombre no podía cambiar en un solo parpadeo, en una sola noche. Entonces Maritza comenzó a hilar el tiempo hacia atrás y como siempre que esta labor se empieza, empezó a enredarse en su labor: ahora las llamadas a horas precisas parecían una manera ideal para mantenerla despistada, ahora el perfume costoso que dejaba como despedida era el aroma que quería llevar a otra mujer, las llamadas desde el baño, las llegadas tardes de los martes, el reloj horrible y grande que lucía en su pulso y que era igual al que Mario usaba cuando aun estaba en la casa, todo la llevaba a otra mujer, a la mujer que estaba esperando por conocer, a la mujer que en ese preciso momento salió del edificio a menos de cuarenta metros de donde ella se moría de calor abrigada por el pañolón floreado.
Falda corta, delgada, cabello claro y gafas azules, Maritza registraba todo con impecable detalle, pero sobre todo algo que la hizo erizar la piel y doler el corazón: aquella mujer era mucho, mucho más joven que ella. La semana anterior, cuando dio por concluido se tratamiento de blanqueamiento dental y mientras el ortodoncista le mostraba orgulloso como había eliminado las manchas de cigarrillo, Maritza solo pudo observar las marcas profundas que su piel presentaba, los ojos cansados, la piel marchita y frágil. La ilusión de los dientes blancos le pareció solo una idiotez cuando ella lo que necesitaba era que le removieran el paso del tiempo, pero el tiempo marca el rostro con la misma inclemencia como rompe el alma y ya quizás era momento de saberse vieja. Esteban también lo había notado, había buscado los brazos de una hermosa joven quien ahora, impaciente, esperaba sola a la salida del edificio mientras hablaba en su teléfono celular y sonreía.
Esteban salió apurado, dando la mano efusivamente al portero y tomando la chica suavemente por un brazo. Maritza se sintió morir; un calor infernal le envolvió el pecho y la sensación de pánico la hizo escurrir por la silla, se quitó la pañoleta y los lentes y observó con pánico como la chica guardaba su móvil y abrazaba cariñosamente a su marido.
La devastada mujer se bajó del auto, pisó las colillas infinitas que daban testimonio de los minutos amargos que había esperado y se dispuso a enfrentarlo antes de que se subieran al auto, pero Esteban no se dirigió hacia su auto sino que, dando la espalda, caminó con la mujer los pocos pasos que los separaban de la esquina y puso la mano a un taxi que ocupado siguió de largo. Siguieron conversando y sonriendo mientras Maritza se acercaba lentamente, sintiendo como la mirada borrosa permanecía fija en la feliz pareja esperando taxi.
Los tacones vacilaban en el asfalto mientras las finas piernas de Maritza temblaban y avanzaban con el temor de caer, similar al temor de llegar y presentarse ante los dos enamorados.
Un segundo taxi pasó ocupado y la chica mostró impaciencia mientras miró hacia ambos lados de la avenida cuando Maritza débilmente tocó el brazo de Esteban y esté giró repentino y prevenido. Esos ojos, esa mirada de culpabilidad inmediata embragó a Maritza de un profundo deseo de echarse en sus brazos a llorar, no miró a la chica, total, ella no había roto promesas de amor eterno y juramentos añejos que se daban por entendidos. Esteban no dijo nada, solo sostuvo la mirada con sus ojos culpables y antes de que Maritza pudiera formular alguna pregunta, tomo la mano de la chica, quien miraba atónita la escena sin decir una sola palabra. Maritza se sintió morir, el aire le faltó y quiso huir del mundo y de Esteban, de la juventud de la chica y de su propia vejez. Entonces la joven se quitó los lentes azules y Maritza definitivamente pensó en que era una alucinación, producto quizás de los muchos cigarrillos durante la espera:
Se vio a si misma repetida en la cara de la chica, igual como se había mirado antes en el espejo retrovisor. La belleza de sus ojos, su cabello, sus labios… Maritza podía ver un espejo que reflejaba el tiempo perdido, la juventud terminada en caminos de felicidades incompletas. Maritza se reconoció a si misma cuando vio aquel rostro preocupado y sincero. Era Mario, su pequeño, su niño, el amor de su vida y el causante de sus desvelos en los últimos tres años, era Mario en esencia pero con una apariencia completamente distinta, con una belleza femenina y un gesto de preocupación. Era Mario, rescatado por su padre del olvido que le había dado la madre que juró ser incondicional, de la madre que no pudo comprender las líneas ocultas en el guión de su propia vida, era su hijo, el menor de sus hijos, el que siempre la había necesitado. Maritza no pudo decir nada, ella había sido la única que había cometido una traición y la había mantenido por más de tres años, se arrojó a los brazos de la chica y lloró amargamente.

11 comentarios:

Sixpence Notthewiser dijo...

Me tienes totalmente enviciado a tus escritos. No seria la primera vez que lo haces. Fantastico.

Anónimo dijo...

adictivo eh¡¡¡ felicitaciones..me gustan esos finales inesperados..aplausos¡¡¡¡¡ hace mucho que no pasaba...
bravo¡¡¡¡¡...q estes bien¡

JP dijo...

Ey!

Genial!!

Tus cuentos hablan de drama, de angustias e iras reprimidas, de parejas disfuncionales y de finales que cambian vidas y desatan mares de calma tras momentos de infernal suplicio...

Que de todo aquello es lo que grita tu alma a través de tus letras?

Geniales, ya tengo un borrador con mis propios cuentos jejeje, gracia a ti he desempolvado una vieja forma que tenia de espantar mis angustias... ya verás!

Clap, Clap, Clap

Monchis dijo...

Hola Dark,

Como siempre mis respetos... estos finales inesperados de tus cuentos me fascinan.

Te felicito.

Un abrazote,

JP dijo...

Hola!

Tarea en mi blog

Un Abrazo

Vetado para el amor dijo...

OE... QUE BUEN ESCRITO... ASI ES LA VIDA, SIEMPRE REFLEJADOS EN ALGUNA SUPERFICIE NOS DAMOS CUENTA QUE MUCHAS VECES SOMOS LOS CULPABLES DE LAS COSAS QUE NOS PASAN... SNIF...
ABRAZOS Y DIOS LE PAGUE...

Rosa dijo...

"Poque el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos, ya el amor no lo reflejo como ayer, y en cada conversación, en cada beso, en cada abrazo, se esconde siempre un pedazo de razón.
A todos dices que sí a nada digo que para poder construir esta tremenda armonía que pone viejos los corazones"
Maritza, el tiempo paso y se llevo el amor de Mario... que inesperado es este final, que sentimientos encontrados... echarse en brazos de su rival a llorar.

Mi ángel qué puedo decirte... tú sientes como yo... qué puedo decirte.

Vulcano Lover dijo...

Me gustó. Siempre me gustan. Entrar aquí es siempre como entrar dentro de un secreto...
Besos

jako dijo...

que manera de narrar, ralmente entrar en esta dimensión me hace sentir muy bien.

y como es eso de que no te nombre, puede que haya sido de ultimas pero te nombre jejejejej
ademas eres uno de mis favoritos

Paulafat dijo...

Wow, tremendo giro. La historia está muy buena, hace que uno se quede para descubrir el final.

Un abrazo,

Anónimo dijo...

Quede en una pieza.