martes, 13 de noviembre de 2007

Dejame inventar un cuento...


Quise participar en un concurso de cuentos... luego de escribirlo me enteré que no podía ya que no estaba estudiando actualmente.... entonces... me gustaria regalartelo... ¿lo quieres?...
Con una habilidad artística, Blanca esparció las cartas de una baraja ancestralmente utilizada, mientras murmuraba palabras que el Presidente sintió llenas de poder y no trató, como en pasadas ocasiones, entender una sola de ellas.
“Presidente – ordenó blanca poniendo un toque de falso misterio en la voz – parta la baraja” el Presidente estiró la mano temblorosa y dividió en dos el montoncito de cartas. Esa noche, cuando se iba a la cama, el Presidente miró otra vez la misma mano con la que había dividido las cartas y notó unas manchas pequeñas y cafés; se le hicieron conocidas, las vio en las manos de su abuelo el día que llegó con un venado a la finca donde vivían en ese tiempo. El venado era pequeño y trataba de librarse de los gruesos brazos del anciano, a lo que el Presidente, aun niño, corrió a ayudarle a sostenerlo, tomando al venado por una pata y sosteniéndose del brazo de su abuelo con la otra. Ahí estaban esas pecas cafés y desagradables de anciano marchito, que hicieron que el Presidente, aun niño, soltara con asco la mano del viejo.
Se miró de nuevo la mano y pensó que no le gustaría que sus nietos soltaran con asco su mano de anciano marchito. El presidente apagó la lámpara de su lado de la cama y la habitación quedó en una oscuridad azul impasible. Su esposa dormía con un sueño pesado desde hacía dos horas, cuando le había prometido no tardarse más que unos minutos para seguirla a la cama, pero entre papeles y llamadas se le hizo tarde. Ella dormía dándole la espalda, como siempre lo hizo, y el la miraba dormir, como siempre lo hacía desde que era Presidente, desde que ella se había convertido en el único punto de paz y descanso al que él que lograba llegar durante todo el día.
Un lejano reloj campaneó la una de la mañana y solo en ese momento el Presidente recordó su existencia. Siempre escuchaba ese lejano reloj que parecía dar la hora desde una lejana habitación, las noches cuando el sueño no llegaba. Había prometido decenas de veces que a la mañana siguiente buscaría la habitación del reloj, solo para conocer ese misterioso elemento que surgía de entre las sombras y los sueños ausentes; pero al despuntar la mañana, la existencia del lejano reloj terminaba, nunca lo había escuchado sonar a la claridad de un día.
“Presidente – había dicho Blanca con su voz de falso ceremonial – tiene dos posibles caminos para recorrer; si se hace a un lado en las próximas elecciones posiblemente muchos los recordarán… si decide lanzarse a la campaña, tenga la seguridad que será elegido, pero su mandato no llegara al día final y su nombre ciertamente nunca será olvidado”
Blanca no había dicho nada más, nunca decía nada más que lo que los naipes le contaban. Desde esos tiempos en que engañaba a la gente dictándoles conjuros falsos y encontrando en la baraja solo “envidias y desvanecimiento del dinero como si fuera agua”. Todo hasta el día que atendió al Presidente por primera vez, no siendo más que un concejal sin mayores aspiraciones, pero que al cortar la baraja dejó para ella, por primera vez, algo más que las variopintas cartas heredadas. Lo vio perfectamente dibujado en un futuro, lo vio con su esposa el día del primer atentado, lo vio congresista, lo vio en el matrimonio de su hijo y en el bautizo de su primer nieto; lo vio en medio de una operación y lo vio triste asistiendo al funeral de su bruja de cabecera. Las cartas ciegas de Blanca fueron creadas únicamente para guiar el destino de ese hombre silencioso y amable. El único al que le repitió sinceramente lo que ya habían dicho las cartas.
El presidente pensó en las palabras de Blanca y se encontró a si mismo, apegado al poder que había conocido ocho años y al cual le había entregado todo su tiempo y su condición física. El espíritu del Presidente amaba ese poder que el cuerpo ya comenzaba a rechazar: su cabello estaba completamente gris, las arrugas de la cara, el dolor en la rodilla derecha y sobre todo las horribles pecas cafés en las manos. De pronto, un pensamiento cruzó su mente y le erizó los vellos de la nuca, ¿acaso Blanca se refería a la muerte interrumpiendo el final de su tercer periodo como mandatario? Entonces comenzó a pensar la muerte como una enemiga lejana que hacía mucho no recordaba; sintió miedo y quiso llamar a su esposa que seguía de espaldas a él, pero sintió vergüenza. Aun no era el tiempo de morir, aun había muchas reformas que hacer, tenía planes, obras, leyes, tenía muchos papeles sobre su escritorio y cada día eran más. Entonces sintió un arrepentimiento profundo; debió haber pensado en su esposa, en sus hijos, en su nieto, en las cosas de la finca, en los caballos que no veía desde hacia mucho tiempo. Pensó que estaba reemplazando al ser humano con el Presidente y se arrepintió de ello. Hacia mucho no descansaba; los días se habían convertido en una cadena de momentos repetidos donde murieron la siesta después del almuerzo, la lectura de libros novedosos, las visitas dominicales a la discotienda del centro comercial. Únicamente había logrado mantener viva la Misa en la catedral (aunque la silla ahora era preferencial) y los almuerzos del sábado con la familia; esos momentos eran los que le recordaban que aun estaba vivo.
Otro pensamiento lo golpeó con más fuerza que el anterior. ¿Sufriría un golpe de estado? ¿Enlodarían su nombre con acciones pasadas y errores olvidados? ¿Matarían al político y eso evitaría llegar a un final de su periodo? La somnolencia que había comenzado a sentir se esfumó de inmediato, pensando en los enemigos políticos que poco a poco se iban convirtiendo en enemigos personales, pensó en los rostros sonrientes que almorzaban con él bajo el calor ardiente de la costa o el frío monótono de la capital, los cuales brindaban a su salud cuando por dentro lo veían como un enemigo mas, emborrachado del poder que había conseguido y cuya existencia no se justificaba en nada mas que en una patria ajena y detenida en el tiempo. Entonces comprendió que sería más doloroso morir como político que como persona y eso lo volvió a hacer sentir mal.
La mañana llegó y la primera dama se despertó sola, con la sensación de haber estado sola toda la noche.
La consejera Presidencial llegó con tres periódicos del día y un bolso escandalosamente combinado con sus zapatos nuevos, ingresó al despacho del Presidente y saludó prosiguiendo con una tormenta de palabras que cayeron pesadamente sobre el hombre que no la miró. Ella se quedó callada y lo observó parado frente al reloj de péndulo, con las manos a la espalda, similar a un militar que espera ordenes.
El presidente estaba en otro lugar, en un mundo donde solo existían él y el reloj de péndulo; respiraba al compás del segundero, mirándolo como si nunca lo hubiera visto en su vida. Le pareció hermoso, genial, enigmático, tan silencioso que no entendía como podía perturbar sus noches y provocar insomnios.
La consejera se sentó y respirando profundamente dijo – ¿le pasa algo Presidente?
El reloj comenzó a tocar unas campanadas sordas, secas, y el Presidente parecía envuelto entre el sonido del mismo. Esperó que terminara el eco de las seis de la mañana cuando giró para ver a la mujer sentada en el sillón verde y le dijo imitando la voz de falso que protocolo que usaba Blanca:
- ¡Haremos campaña para un tercer periodo!-

6 comentarios:

Sixpence Notthewiser dijo...

Gracias! De suerte que decidiste ponerlo aqui, no? Es que uno nunca sabe a quien le alegra el dia!!
Y gracias por la visita.
Un abrazo enorme.

salva dijo...

Está muy bien escrito, un buen ritmo narrativo manteniendo la intensidad y la incertidumbre hsta el último momento con un final abierto.

Me ha gustado la introducción del reloj de péndulo no he podido evitar asociar su sonido acompasado a los latidos del corazón del presidente, y la necesidad de encontrarlo del protagonista con la necesidad de saber quienes somos en realidad, de encontrarnos.

Como todo final abierto admite diferentes lecturas la mía se resume en una moraleja que se divide en dos partes:
1) hay que escuchar la voz del corazón y no desoírla.
2)Las cosas realmente importantes son las que siempre están ahí y no cambian, las que nos hacen felices.

Y me plantea una duda ¿hasta que punto sabemos quienes somos en realidad?.
¿Es tal vez este cuento la crónica de una derrota?. ¿Es tal vez la imagen del Presidente triste en el entierro de la pitonisa un reconocimiento implícito de esa derrota?.

NO sé a lo mejor no tiene nada que ver con lo que has querido transmitir al escribir este relato y sólo es una sugestión mía.
Lo importante es que te hace pensar y que no queda en unas meras líneas escritas.

Un placer comentarte angel.

JP dijo...

Detengo mi reconfiguracion, mi viento de verano y las olas del mar solo para decirte que desde el paraiso me atrevo a pensar en ti, a escribirte, a desear un universo paralelo en el que mis letras no son palabras sino fraces dichas al oido con el hermoso marco de nuestro archipielago sanandresano.

El Scan debe continuar... besos

Rosa dijo...

Asi que al final se decidió por el político y no por el hombre. Había preferido ser recordado para siempre. Qué le depara está tercera reelección... no sé, hay muchas formas de no ser olvidado y no todas son buenas.

Lástima que no hayas podido presentar el cuento.

Un beso mi ángelito

Paulafat dijo...

De verdad me ha encantado tu cuento, me gustan los elementos que utilizas. Ojalá te inspires más seguido.

JfT dijo...

Darkie, muy bueno! Qué maestría para describir el clima de la situación! Me encantó.
Ah, las elecciones de vida... Una decisión, y quién puede saber de antemano qué nos deparará...

JfT