lunes, 24 de septiembre de 2007

Recuerdos de una noche


“¡Si! ¡¡¡Sigan damas y caballeros, niños y niñas!!! Este es el circo, aquí es donde la diversión comienza... aquí es donde la magia nace”.
Esa era mi función. Ese era mi único acto. Esa era mi labor eterna, detrás de mi gran nariz roja y mis calzones enormes de puntos rojos.
El hombre más fuerte del mundo era mi mejor amigo. Fue el quien me enseñó los trucos para hacer del maquillaje un camuflaje fenomenal; también él, alguna vez, tuvo que utilizarlo y también él, alguna vez, quiso existir más allá de esa máscara. Un día él aprendió a usar sus grandes músculos y a hacer gala de ellos. Dobló sillas, mesas, barrotes, dobló todo lo que encontró posible y dobló algunas cosas imposibles de doblar, hasta el punto en el cual los mismos elefantes no salían de su asombro. Entonces el dueño del circo comprendió que a falta de un talento para la risa, este hombre poseía el talento para asombrar los límites humanos. -Todos tenemos un talento- pensé al escuchar la historia de los propios labios del hombre más fuerte del mundo - pero el talento lo ocultamos tras una mascara y pretendemos ser un simple payaso cuando podemos llegar a ser el hombre más fuerte del mundo-
Esa noche, cuando la función terminó, me senté con mis pantalones gigantes a mirar las estrellas. Una baraja completa de payasitos enanos desfilaba frente a mis ojos, guiados por un enano más anciano que llevaba una antorcha en su mano… iban con trajes coloridos, caminando con paso militar sin moverse un solo centímetro de la línea imaginaria que el anciano
trazaba. Uno a uno, sin prisa, entraron en silencio a su pequeña carpa. No habían dejado la sincronía de su paso ni un solo instante. - Ellos, al igual que las estrellas, desempeñarían su papel mientras la función dure – pensé mirando las estrellas de nuevo- pero al igual que las estrellas, solamente su disciplina era lo que los hacia grandes, aun cuando nadie las mira las estrellas siguen alumbrando. Aun cuando nadie los mira, los enanitos son un invencible ejército al mando de un gran general-.
Me quité los zapatotes y mis pies lucieron rojos bajo la inclemencia de todo un día de pie. La uña que me había golpeado el día anterior se mostraba casi negra y tuve la certeza de que se caería. Pensé lo injustos que habían sido todos conmigo; nadie me había ayudado a pregonar entre la gente que esperaba el inicio del espectáculo. Los ruidos de un llanto me llevaron a mirar dentro de la carpa. Ahí estaba esa niña que todos decían que era la mejor en el trapecio. Estaba ensayando una y otra vez aquella parte en la que había cometido el error frente al público. Seguía llorando; la escuche llorar luego de la presentación, la escuché llorar antes de despedir la función de esa noche (luciendo una maravillosa sonrisa) y la escuchaba ahora, mientras ensayaba. También ella estaba cansada; también ella debía tener sus manos rojas y alguna uña casi negra a punto de caerse, pero no dejaba de ensayar su acto. –La niña será la mejor en el acto por siempre, no porque nunca llegan a ella los errores, sino porque sus manos desafían el cansancio para lograr superarlos – pensé mientras ocultaba de nuevo mis pies en los zapatotes
– las lágrimas no son más que la expresión de su inconformismo y en la medida de que haya un deseo de cambio, este deseo siempre evolucionará en algo mejor-
Caminé de nuevo, me alejé un poco, recordé mi sueño inicial de caminar en la cuerda floja, esa era mi ilusión inicial cuando llegue con mi pequeña maleta para quedarme para siempre, pero mis posibilidades eran nulas, Marius era el mejor que había visto en mi vida y en ninguna medida yo podría superarlo. Recordé el primer día que vi a Marius, era tan fuerte y tan decidido que me disminuí inmediatamente, opte por elegir el maquillaje para ocultar mi rostro, los grandes calzones para ocultar mi cuerpo y una sonrisa eterna para ocultar mi corazón.
En ese momento estaba junto a la jaula de un león viejo y solitario. Estaba despierto, mirándome con una lastima ajena que me llevó a pensar por un momento en acercarme. Pero, ¿acaso no era yo quien debería sentir lastima por verle en su jaula? Él, que era rey en la selva, se había limitado a posar para los niños engreídos y las señoritas gritonas que aplaudían felices al ver un viejo león humillado, saltando en aros de fuego para su entretenimiento. Quise acercarme y acariciarlo, pero entonces recordé que él era el león, un rey destronado pero rey al fin, cuya serenidad obligada podía de repente cambiar de ángulo y dejarme sin mano. – Quizás él me esta mirando con mis propios ojos – pensé alejándome de la jaula del león – quizás él siente lástima de ver mi propia jaula y se pregunta por qué no logro huir de ella, si tengo todas las posibilidades de ser rey, un rey pequeñito, pero rey al fin-
Esa noche terminó.
Luego, muchas noches después, antes de la función, escribí las cosas más importantes que había aprendido bajo la enorme carpa:
“Oculté bajo la mascara y los calzones de un payaso el cuerpo del hombre más fuerte del mundo pero nunca dejé de pensar como tal, fue así como comprendí mi capacidad de doblar cualquier cosa que se pusiera en mi camino, incluyendo mi camino en si mismo. Dominé ese cuerpo, le exigí a ese cuerpo, discipliné mi cuerpo, porque necesitaba que tomara una forma acorde a lo que era la mente, y para eso me enlisté en mi propio ejercito personal, del cual aprendí a ser General y Soldado, sin salirme ni un solo instante de la línea imaginaria que había trazado mi enanito guía. Lloré por los errores, pero nunca dejé de ensayar una y otra y otra vez, porque esa es la única manera que se construye la perfección, porque esa era la enseñanza que había recibido de la mejor trapecista del circo, por esos días en que estaba buscando mi destino, en que estaba intentado dejar atrás la jaula imaginaria que había construido y sentirme vivo, fuerte… saberme rey”.
Guardé el papel en mi morral y me apresuré a salir. Ya el maestro de ceremonias estaba anunciando por primera vez el acto doble en la cuerda floja y al otro lado del escenario Marius, mi colega, estaba esperando la señal para robarnos el corazón del público. Marius nunca había sido el rival que yo debía superar; ese rival era yo mismo
…. Al final todo valió la pena.

8 comentarios:

pon dijo...

Qué precioso y mágico!!!

Anónimo dijo...

Muy bonito el relato y es una de las mejores historias de superacion y alcance de sueños que nunca habia leido. Es toda una leccion a tener en cuenta

Muchos besos

salva dijo...

NIño ¡es preciosa la historia!, y es preciosa porque como todas las buenas historias se te mete dentro porque cuenta grandes verdades que nos siguen doliendo en mayor o menor grado a todos.

Nos escondemos tras máscaras, no queremos que los demás nos vean tal y como somos porque tememos que nos hagan daño.
Tal vez, en ocasiones, esas máscaras nos las ponemos involuntariamente porque no nos queda más remedio por el mundo o la sociedad en que nos movemos, pero no debemos blindarnos de toda emoción a pesar de tener que ceder, de tener que utilizar maquillajes no tenemos que perdernos en la aparente seguridad que nos dan los maquillajes porque si seguimos ocultándonos, escondiéndonos de nosotros mismos corremos el riesgo de perdernos para siempre y no ser quien en realidad somos sino lo que los demás quieren o han hecho de nosotros.

Por eso tenemos que luchar contra nosotros mismos, contra nuestros miedos, aceptar como somos y querernos, si uno no se quiere díficilmente lo querrán.
Me has emocionado....
Siempre un placer perderme en esta lejana galaxia.
A veces da vértigo...

Max dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Max dijo...

Que precioso relato, aparentemente triste, pero que es toda una lección de esperanza.

Al final el talento está en seguir adelante con la vida.

senses and nonsenses dijo...

un texto precioso, con metáforas circenses has conseguido dibujar a la perfección esto de la vida, esto que yo llamo un viaje imposible.

un abrazo.

CRISTINA dijo...

¡¡¡Qué fotos más bonitas!!!

Un beso, dark...ángel...

George Hazard dijo...

Yo creo que en la indulgencia está la virtud. De hecho, he tenido problemas de ansiedad por aspirar a la perfección.
Ya no la quiero, me basta con tratar de mejorar como persona pero sin obsesiones, sin un lanzador de cuchillos frente a mí...
Y soy mucho más feliz.
Gran reflexión.