Las paredes que alguna vez fueron blancas ya dejan ver el paso del tiempo y no precisamente por la cal roída o por los ladrillos flojos, si no por la gran cantidad de escritura rebelde que se ve en ellas. Rebeldía que solo se refleja en las paredes de la universidad porque ante el objetivo de cambio solamente surge la violencia, y nada más. Pensamiento revolucionario luego violencia y luego olvido de los ideales, como una serpiente que se muerde la cola hasta la eternidad
Pero quiero confesar que no soy el más apto para hablar de ello… yo también alguna vez hice parte de la muchedumbre huyendo de la policía.
Fue para la elección más controvertida de alcalde que se vio en el pacifico pueblo del que vengo. Tres candidatos, entre ellos el cuñado del alcalde saliente, quien al final, Oh sorpresa, ganó las elecciones.
La gente se fue a las calles, la indignación corría por entre los señores y las amas de casa quienes en las esquinas comandaban grupos pequeños discutiendo acaloradamente y de un momento a otro decidieron que el mismo pueblo contaría los votos, fuertemente custodiados en la oficina de registro.
Muchos bravos corrieron a forzar las puertas, robar los baúles que contenían los votos, y salir victoriosos de esa batalla en contra de la imposición. Otros chismosos miraban simplemente. Adiciono la confesión que yo hacía parte de los chismosos.
No había valor en mi presencia, simplemente la curiosidad de ver aquello que nunca quizás se repetiría y entonces, de repente, sin darme cuenta y por error, la turba perseguida por la policía corrió en dirección a donde yo me encontraba. En cuestión de segundo yo era uno más de los que corrían de los gases y de los garrotes y para peor dolor quedamos cercados por la policía de derecha a izquierda y con la alcaldía en frente, atrapados como ratas.
Fue entonces cuando hice uso del único acto de rebeldía política que he tenido en mi vida. Con una piedra frente a mí y ya sin nada más que perder, la piedra voló desde mi mano y se estrelló contra el más grande de los ventanales de la alcaldía. La muchedumbre había recordado en ese preciso momento el derecho divino a la legítima defensa. Las piedras volaron contra los edificios, la policía y las cabezas desprevenidas, de manera que se configuró una batalla campal de tal magnitud, que la policía comenzaba a retroceder, incapaces de resistir las monolíticas armas de defensa.
Escapé, como escapan los cobardes cuando ven las grandes batallas que posteriormente harán parte de la historia, con la cabeza intacta y una historia que contar, la historia de aquellos días en que yo también fui un revolucionario, casi fuerte y casi bravo, por error.